Acceder a una vivienda en España se ha convertido en un desafío cada vez mayor, especialmente para los jóvenes. Con precios disparados, alquileres asfixiantes y un mercado dominado por la especulación, la posibilidad de independizarse se desvanece
Durante años, se nos vendió la idea de que una casa era la base del proyecto de vida, el altar donde se consagraba la adultez. Hoy, para buena parte de la juventud española, esa casa es tan real como el unicornio que la transportaría. Según el Banco de España, el índice de accesibilidad ha caído un 32,2 % en 2023. Traducido del economista al humano, ni ahorrando cada céntimo durante años, la mayoría de los jóvenes podría permitirse comprar una vivienda. Donde antes había una escalera hacia la propiedad, ahora hay un muro de cristal, se ve la casa, pero no se toca.
No es una crisis, es una metamorfosis. El derecho a la vivienda ha mudado en producto de inversión, y el hogar en objeto de especulación. Entre tipos de interés que suben como si quisieran competir con el Everest y precios que flotan en su propia burbuja, lo que queda es una generación mirando desde la barrera cómo los fondos buitre se reparten el pastel. La herencia de décadas de políticas tibias no es un fracaso puntual, sino una condena estructural que convierte al sueño de la casa propia en una quimera de clase media extinguida.

Alquiler: la otra cárcel sin barrotes
Pero si comprar es imposible, alquilar tampoco es precisamente un paseo por el parque. El 39,4 % de los inquilinos en España destina más del 40 % de su sueldo al alquiler. Es decir, trabajan no para vivir, sino para alquilar el derecho a vivir. En Europa, esta cifra es la mitad. La comparación es brutal, mientras en otros países europeos el alquiler es una opción razonable, aquí se ha convertido en un peaje injusto por no ser rico ni heredero. El inquilino español no vive, sobrevive.
Y como toda trampa diseñada con paciencia, esta no duele al principio. Pero pronto llegan los impagos, la mudanza forzosa, la maleta hecha a toda prisa. La vivienda ya no protege, amenaza. España encabeza el riesgo de pobreza entre los inquilinos de la UE, y no es por mala suerte. Es que el mercado alquila como quien presta oxígeno en una piscina sin escaleras, sabe que tarde o temprano dejarás de flotar.
La juventud que no despega: hijos eternos, ciudadanos postergados
El drama se concentra, con precisión quirúrgica, en los jóvenes. El 65,6 % de los españoles entre 18 y 34 años sigue viviendo con sus padres. No por capricho ni por la dulzura del tupper, sino porque no hay otra. La cifra ha aumentado 13 puntos desde 2008, mientras el discurso oficial sigue hablando de emprendimiento, movilidad y otras fantasías institucionales. No se puede salir al mundo cuando el alquiler devora la mitad del sueldo y el contrato dura menos que una promesa electoral.
En Europa, la media de jóvenes que viven con sus padres es un 16 % menor. Una antítesis perfecta, mientras en otros países la juventud habita el presente, en España sobrevive en pausa. ¿Cómo se construye identidad sin espacio propio? ¿Cómo se teje el futuro desde la habitación de la infancia? Ser joven en España es como estar listo para despegar con un ala rota, hay ganas de volar, pero el viento no ayuda y el suelo no cede.