La Unión Europea da un paso firme para controlar el flujo masivo de productos asiáticos que entran a su mercado sin pagar aranceles
La fiesta del consumo rápido y barato tiene un nuevo invitado no deseado, un modesto pero simbólico recargo de dos euros por paquete. Shein y Temu, reinas del fast fashion y el fast everything, deberán pagar esta tasa por cada envío inferior a 150 euros que cruce las fronteras de la Unión Europea. No es un impuesto insiste Bruselas, con el mismo tono con que un padre severo aclara que no está castigando, solo enseñando una lección, sino una “compensación” por el caos aduanero que generan sus millones de paquetes diarios. En otras palabras, una manera educada de decir. “Tu modelo de negocio nos está ahogando. Paga, aunque sea un poco.”
Y es que el comercio electrónico asiático ha sido como un tsunami de cartón y plástico, llega rápido, se propaga sin freno y deja tras de sí un sistema colapsado. En 2024, 4.600 millones de paquetes cruzaron el umbral de Europa, un alud silencioso de pequeñas cajas, la mayoría procedentes de China. No es solo una cuestión de volumen, sino de contenido, muchos de estos productos no cumplen normas básicas de seguridad. Lo barato, como siempre, sale caro, y en este caso, el precio lo paga el consumidor europeo con riesgo y el Estado con déficit.

De la globalización dulce al proteccionismo con guantes de seda
El 91% de estos envíos son de origen chino. No es una coincidencia, es un modelo económico que se aprovecha con precisión quirúrgica de cada vacío normativo. La UE, que durante décadas predicó la globalización como si fuera un dogma, ahora se enfrenta al dilema clásico del equilibrista, cómo defender el libre comercio sin suicidar a su industria local. De ahí esta nueva tasa, pequeña en cifra pero enorme en significado, una frontera simbólica en el mar abierto de las importaciones sin control.
La paradoja es deliciosa. Las mismas plataformas que vendieron la globalización como democratización del consumo ahora deben rendir cuentas a una burocracia que intenta torpemente, pero con determinación salvar lo que queda de su modelo social. Si el comercio sin reglas es una fiesta en casa ajena, Bruselas ha decidido empezar a cobrar la entrada. Y lo hace con una elegancia austrohúngara, 2 euros por paquete o 0,50 si se dignan a usar almacenes dentro del territorio. Nada agresivo, pero suficiente para recordarle al mundo que Europa aún guarda sus modales y sus impuestos.
Un paso hacia la aduana digital
El verdadero objetivo no es recaudar esos euros, sino reorganizar el tablero. Esta tasa es la avanzadilla de una reforma ambiciosa que busca digitalizar el control aduanero, establecer responsabilidades claras a las plataformas y evitar que el mercado interno se convierta en una selva de productos baratos, inseguros e imposibles de rastrear. El mensaje es claro, ya no basta con ser rápido y barato. Ahora, también hay que ser legal.
Mientras tanto, Temu y Shein tendrán que reconfigurar sus redes logísticas como un jugador de ajedrez que, de pronto, se ve obligado a pensar más allá del primer movimiento. El tablero ha cambiado. Y aunque la medida es modesta, representa algo mucho más profundo, el principio del fin de la impunidad fiscal del comercio electrónico global. Una Europa aduanera, digital y estratégica empieza a tomar forma. Quizás no sea perfecta, pero al menos ha dejado de mirar hacia otro lado.