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Del Viña Rock a la Junta de Andalucía: el fondo proisraelí KKR conectado con la educación privada de Moreno Bonilla

De los escenarios musicales a las aulas privadas, el fondo KKR ha tejido una red que incomoda por igual a artistas, estudiantes y políticos. Su huella en Andalucía revela una alianza entre capital global e instituciones locales

Lo que empezó como un movimiento de amplificadores y pulseras de tela en Viña Rock ha mutado en una historia de corbatas, becas y geometría institucional. El fondo de inversión KKR ese gigante global que un día financia festivales de ska y al siguiente escuelas privadas en Málaga, ha cruzado la frontera invisible entre cultura de masas y educación elitista. Y no lo ha hecho en silencio. Su implicación en el crecimiento meteórico de Medac y la Universidad Utamed, dos centros educativos beneficiados por el respaldo político de la Junta de Andalucía, ha encendido una hoguera de interrogantes.

Porque una cosa es patrocinar el pogo y otra muy distinta financiar el futuro académico de miles de jóvenes andaluces. Lo primero puede sonar a marketing, lo segundo huele a estrategia. Y cuando esa estrategia lleva el sello de una firma acusada de alinearse con gobiernos tan controvertidos como el de Netanyahu, la pedagogía se convierte en diplomacia encubierta. La antítesis es cruda: mientras se recorta en escuelas públicas, florecen las alianzas con inversores que responden más a Wall Street que a Despeñaperros.

fondo KKR
La influencia del fondo de inversión KKR ha dejado de ser una cuestión limitada al mundo del entretenimiento

Del estribillo al escaño: cuando el Betis es más urgente que el BOJA

En el Parlamento andaluz, la música también suena, pero desafinada. La presión política no ha tardado en amplificarse, especialmente desde Adelante Andalucía, que exige claridad sobre los vínculos entre KKR y los proyectos educativos bendecidos por Juanma Moreno. Mientras el fondo acumula millones en dividendos españoles, su cercanía con las políticas israelíes particularmente con el conflicto en Gaza ha sido usada como piedra angular del debate. Una grieta simbólica se ha abierto: ¿puede un sistema educativo, financiado por fondos con intereses geopolíticos, llamarse aún público?

La situación alcanzó un clímax tragicómico cuando Moreno Bonilla optó por asistir a la final de la Conference League en lugar de comparecer ante el Parlamento el mismo día de una gran manifestación educativa. El presidente prefirió el fútbol a la rendición de cuentas. Porque, al parecer, la educación puede esperar, pero el Real Betis no. En esta tragicomedia andaluza, las prioridades no se reparten como becas: se escogen como si fueran cromos de LaLiga.

De la protesta al silencio: cuando el arte se sonroja de su mecenas

No sólo los escaños han resonado con esta polémica. Los escenarios también se han visto sacudidos. Bandas como Reincidentes o Boikot han renunciado a tocar en festivales donde el dinero de KKR suena más fuerte que las guitarras. La industria musical, que durante años vendió rebeldía y compromiso, se enfrenta ahora a su propio espejo. ¿Puede un festival proclamarse “libre” mientras depende de capital ligado a intereses cuestionables? Las respuestas, como suele pasar cuando el dinero habla, han sido ambiguas. O cobardes.

Sónar se parapetó en su “compromiso con los derechos humanos” sin nombrar al fondo ni una vez. Viña Rock amenaza con demandas. Resurrection Fest dice que no, pero entiende que sí. En el fondo, el dilema es tan viejo como el rock mismo. ¿Puede existir contracultura cuando se financia desde la cúspide del poder económico? Y si la rebeldía necesita patrocinador, ¿no hemos convertido el grito en eco? Un eco, eso sí, muy bien amplificado.

Gemini OS