A pocas horas de la primera semifinal, la representante española ha ofrecido una actuación impecable en Basilea, donde su fuerza escénica, el simbolismo visual de “ESA DIVA” y el respaldo del público la posicionan como una de las grandes favoritas
A veces los ensayos no ensayan nada, sino que revelan lo inevitable. Así ocurrió en Basilea, donde Melody, con el aplomo de quien no duda ni cuando duda, transformó el jury rehearsal en una suerte de liturgia pop con sabor andaluz. En ese ensayo majestuoso que ha hecho temblar los pasillos del St. Jakobshalle, la artista española no solo confirmó que “ESA DIVA” está lista para competir, dejó claro que viene a gobernar. Su aparición, envuelta en sombras y coronada por un sombrero cordobés tan teatral como simbólico, conjugó dos opuestos que rara vez conviven en paz, la tradición flamenca y la ambición contemporánea.
El impacto fue inmediato y, lo más importante, sostenido. Cada elemento del ensayo luces en blanco y negro, plataforma circular, actitud de diosa griega con acento de Cádiz encajó con precisión de relojero suizo. Pero lo que de verdad atrapó no fue la técnica, sino la mirada. La mirada de Melody, fija, desafiante, como si cantara a Europa entera desde el epicentro de un tablao en llamas. Eurovisión 2025 aún no ha comenzado formalmente, pero España, gracias a ella, ya ha dejado de ser espectadora para convertirse en protagonista inevitable.

Una escenografía cargada de símbolos: del flamenco al empoderamiento escénico
El espectáculo de Melody es una coreografía de metáforas. La ruptura de la cola del vestido, sincronizada con la irrupción de los bailarines, no fue una simple pirueta de vestuario, sino una declaración de intenciones. Como una mariposa escapando de su crisálida hecha de volantes, la artista emergió en cada compás como símbolo de transformación. En esta edición del festival más visto del mundo, la propuesta española destaca no solo por su factura técnica, sino por su potencia emocional. El trabajo conjunto de Álex Bullón, Vicky Gómez, Marc Montojo, Ana Acosta e Iván Matías Urquiaga ha elevado la coreografía a un nivel casi narrativo: cada paso cuenta una historia, y cada gesto tiene alma.
Pero el instante que partió la actuación en dos fue otro, el descenso por la alfombra LED roja. Esa bajada, en la que otros tropiezan, Melody la convirtió en ascenso. Su llegada al centro del escenario, ya sin capa ni cola, luciendo un body plateado que parece forjado con audacia y purpurina, simboliza el renacimiento de la artista como figura estelar de Eurovisión. En un certamen donde tantos intentan gustar a todos, ella ha optado por gustarse a sí misma. Y ese gesto aparentemente simple, profundamente radical es el que hace que el público no aplauda: ovacione.
España se perfila como candidata a la final: del ensayo al clímax emocional
Cuando RTVE publicó los fragmentos exclusivos del ensayo, la red ardió con una unanimidad rara en estos tiempos de hipérbole digital, Melody lo tiene. Y ese “lo” no se define fácilmente, pero se siente. Se siente cuando el telón cae con el estruendo de una tormenta escénica y ella, brazo en alto, se convierte en icono instantáneo. La electricidad del momento final no se puede editar ni fingir. O está o no está. Y en el caso de ESA DIVA, no solo está, desborda. A diferencia de otros países que apuestan por la sorpresa o la provocación, España parece haber optado por el magnetismo de lo bien hecho. Y funciona.
Esta noche, la historia se escriba en directo. Melody actuará entre la cuarta y la quinta posición en la primera semifinal, una ubicación estratégica que promete maximizar el impacto. Si hay justicia escénica, si el talento aún es valorado entre fuegos artificiales y artificios nórdicos, España no solo pasará a la final, lo hará como una de las favoritas. Porque Melody no ha venido a probar suerte. Ha venido a reclamar lo que, tras su ensayo, parece inevitable, su lugar entre las grandes.