Un guiño solemne que terminó en funeral simbólico
Cuando Alberto Núñez Feijóo pronunció la frase “Vamos a pasar del cónclave del Papa al cónclave del PP”, quizá creyó estar tallando en mármol un titular solemne, digno de las portadas del día siguiente. Pero lo que cinceló fue una lápida conceptual. Porque, aunque la palabra cónclave suena a incienso, misterio y grandeza espiritual, en su sentido más literal implica algo menos simbólico, se convoca cuando el Papa muere. Un detalle menor, salvo que seas el Papa o el líder de un partido que, supuestamente, aún no ha muerto. En ese caso, el guiño sagrado se vuelve una profecía inquietante. Como comparar una mudanza con un funeral, las cajas son las mismas, pero el contenido huele distinto.
Lo curioso y lo irónico es que en su intento de añadir solemnidad, Feijóo consiguió el efecto contrario, elevó su propia figura al altar del equívoco. En política, el uso de metáforas religiosas tiene algo de juego pirotécnico. Puede iluminar brevemente o incendiar la carpa entera. Y él eligió, sin querer, el símbolo más propicio para anunciar una sucesión. Porque si hay un cónclave, alguien ha muerto. Y si nadie ha muerto, entonces la metáfora es una traición. Al menos al diccionario. En Génova, por ahora, no hay cadáver político que enterrar. Pero, ay, cuánto incienso para tan poca resurrección.

De frases con túnica a frases con toga: el verbo como trampolín o como fosa
Feijóo no es nuevo en estas lides. Su oratoria transita una línea difusa entre la sobriedad del tecnócrata y el ingenio con efecto retardado. Lo que para algunos puede sonar a inspiración, para otros resuena como intento fallido de chispa. Es el clásico político que lanza frases como quien lanza monedas a un pozo, con la esperanza de que alguna rebote con gracia. Pero el problema del verbo elevado es que cuando no se sustenta, se desploma. Y lo hace con estrépito. Esta vez, el cónclave le estalló como una bomba de humo litúrgico, la intención era impresionar, el resultado fue confusión. Y no del público del propio mensaje.
Hay algo casi teatral en esta manera de comunicar, una búsqueda constante de metáforas que vistan la prosa de épica. Pero si uno no domina el simbolismo, corre el riesgo de encender velas en su propio velorio. Comparar un congreso político con la elección de un nuevo Papa no sólo es una exageración; es una invitación al escepticismo. Porque mientras el Vaticano guarda siglos de liturgia y secretos, el PP guarda a duras penas la compostura.
Cónclaves y coronas: cuando los líderes juegan a la sucesión sin querer abdicar
Lo más inquietante de todo no es el error semántico, sino el subconsciente político. En ese desliz hay algo revelador. Porque quien habla de sucesión, aunque sea con una sonrisa, asume que hay una vacante. Y Feijóo, que llegó a Génova como el hombre sensato del norte, se ha ido deslizando hacia una zona resbaladiza, la del líder que quiere ser imprescindible sin parecer insustituible. El cónclave, como imagen, sugiere no solo liderazgo, sino también la necesidad de relevo. Y en ese gesto está la ironía más afilada, al proclamarse heredero de sí mismo, Feijóo insinúa sin querer que ya es historia.
Al final, lo que iba a ser un golpe de efecto se transformó en un epitafio prematuro. La política española tiene algo de tragicomedia, basta una frase mal calibrada para que el escenario se llene de fantasmas. Los congresos se celebrarán, como siempre. Pero esta vez el humo no será blanco ni tendrá aroma de santidad. Será gris, espeso, y quizás suba desde los pasillos de un partido que aún no ha encontrado su fe, pero sí sus dudas. Porque en política, como en religión, los dogmas sostienen menos que las certezas. Y las metáforas ah, las metáforas pueden ser más traicioneras que los propios cardenales.