En una conversación cargada de tensión con su madre, la infanta Elena, el joven ha dejado claro que no piensa seguir bajo las órdenes de Zarzuela
Durante años, Froilán fue ese pariente incómodo que se mantenía en un discreto segundo plano, como una sombra que la Casa Real prefería ignorar. Pero ahora, desde el destierro dorado de Abu Dabi, el sobrino díscolo ha decidido dar un paso al frente y dejar de obedecer órdenes que nunca pidió. Según relatan voces cercanas, el joven ha anunciado a su madre su intención firme de regresar a España, sin supervisión, sin condiciones y, lo que es aún más inquietante para Zarzuela, sin permiso.
Es un movimiento que trastoca las formas y las formas, en la monarquía, son sagradas. Froilán pasa así de ser un estorbo tolerado a una piedra en el zapato real. Mientras su hermana Victoria Federica se reinventa como influencer de alta gama una mezcla entre realeza y marketing digital, él arrastra su leyenda de peleas, juergas y deslices con la persistencia de una canción pegajosa que nadie pidió. Letizia frunce el ceño, Felipe aprieta los dientes, y el pueblo bueno, el pueblo observa, entre el morbo y la risa.

De becario petrolero a expatriado hastiado: la burbuja de Abu Dabi estalla
El plan era simple, enviarlo lejos, bien lejos. Como quien guarda una pieza rota en un cajón que nadie abre. Abu Dabi prometía anonimato, rutina y aire acondicionado a 22 grados. Lo instalaron en una empresa petrolera con un sueldo más que generoso 7.500 euros al mes por hacer poco o nada, pero el experimento terminó como suelen terminar las ficciones mal escritas, en fracaso. Perdió el trabajo y, desde entonces, vive sin ocupación fija, rumiando el aburrimiento entre dunas y jeques.
Y aunque oficialmente reside en Emiratos, los pasillos madrileños conocen bien su silueta. Froilán regresa con frecuencia a España, como un boomerang que nadie logra lanzar del todo. “Está harto del calor, la arena, los camellos y los jeques”, dicen los suyos. Más que un exilio, lo suyo parece un paréntesis caprichoso. Él ya no quiere esconderse para salir de fiesta ni seguir el compás institucional marcado por su tío. El cuento oriental ha terminado, y el príncipe sin trono quiere volver a su jungla de siempre.
Una familia rota por dentro: lealtades divididas en el tablero real
La chispa se encendió tras una conversación con su madre, la infanta Elena, en la que Froilán dejó claro que no piensa seguir subordinado a Felipe VI. Elena lo escuchó, dividida entre el instinto maternal y la prudencia cortesana. Su dilema es tan antiguo como trágico: proteger al hijo o conservar la paz familiar. Porque un regreso así no es solo un regreso; es una declaración de guerra no declarada.
En la otra esquina, Jaime de Marichalar no dudó ni un segundo. Respaldó a su hijo con la vehemencia de quien lleva años apartado del protocolo pero no del conflicto. Su apoyo ha profundizado la grieta familiar, revelando que ni siquiera en lo privado hay acuerdo. Desde Zarzuela, el silencio es más estruendoso que nunca. Nadie habla, pero todos saben que la pregunta no es si Froilán volverá, sino qué harán cuando vuelva. Porque lo que desafía no es solo una figura real, sino toda una forma de entender el poder, la obediencia y el linaje.