El presidente manchego, increpado en Ferraz por su disidencia con Pedro Sánchez
Emiliano García-Page llegó a la sede del PSOE en Ferraz como quien entra en una misa negra organizada por su propio rebaño. Le esperaban ochenta fieles al líder supremo, con pancartas en la garganta y rabia en la mirada. “Sinvergüenza”, “traidor”, “miserable”… Los abucheos le escoltaron hasta la puerta, aunque no hubo huevazos ni zarandeos. A estas alturas, el PSOE ya no necesita comités de ética; le basta con mítines espontáneos en la acera.
El precio de la disidencia: hablar claro en un partido cada vez más uniforme
García-Page lleva tiempo jugando el papel más ingrato de todos: el del verso suelto en un poema redactado a medida de Pedro Sánchez. No es exactamente barón rebelde, pero tampoco cortesano obediente. Esa ambivalencia le ha convertido en el blanco favorito de quienes ven en toda crítica un acto de traición. Irónicamente, en un partido donde hace años se hablaba de “diálogo” como si fuera la solución mágica a todos los males, hoy discrepar en voz alta equivale a ponerse la diana.

Del Comité Federal a la guerra de nervios interna
El Comité Federal de este sábado se celebró en medio de un PSOE crispado, nervioso, con olor a cierre de filas y fragilidad institucional. Casos de corrupción recientes, pactos incómodos y decisiones judiciales a la vuelta de cada semana han hecho que Ferraz parezca más una sala de espera del Constitucional que la sede de un partido que un día se decía socialista y obrero. En ese ambiente, que García-Page aparezca diciendo que hay que tener “principios” suena casi ofensivo.
¿Tiene futuro este tipo de rebeldía?
Desde su entorno aseguran que los gritos no le afectan “ni un ápice” electoralmente. Lo cual, probablemente, es cierto. Page es uno de los pocos dirigentes que sigue ganando elecciones autonómicas con holgura, mientras el PSOE encadena disgustos municipales y pierde influencia en plazas históricas. Su error, o su pecado, ha sido no susurrar al oído del presidente como el resto, sino hablar en voz alta, aunque sea desde Toledo.
¿Un disidente con destino o un invitado incómodo?
Es difícil saber si García-Page quiere liderar algo más grande o simplemente marcar distancia con la dirección nacional para sobrevivir en su feudo. Lo que sí parece evidente es que, en esta versión del PSOE cada vez más vertical, más reactiva, más emocional, su presencia resulta incómoda. Como un espejo que nadie quiere mirar. O peor: como el espectador que interrumpe la obra para decir que el emperador va desnudo.
Pero mientras algunos lo tildan de traidor, él sigue repitiendo que lo suyo no es una guerra interna, sino una conciencia que no se alquila. Y eso, en política, es tan valiente como suicida.