Medida polémica con fines sociales: ¿incentivo o castigo?
Sí, has leído bien. A partir de 2026, Japón implementará un pequeño impuesto dirigido a personas sin hijos, como parte de un esfuerzo nacional por frenar una crisis demográfica que lleva años encendiéndose en silencio. No se trata de una sanción draconiana ni de un castigo moral, pero sí de un gesto simbólico que ha abierto un intenso debate dentro y fuera del país.
La propuesta contempla un recargo mensual que oscilaría entre los 2 y los 3 euros para las personas adultas que no tengan hijos. Aunque la cantidad pueda parecer insignificante y de hecho lo es en términos económicos, su carga simbólica no lo es. El dinero recaudado se destinará directamente a ayudar a familias con hijos, reforzando el sistema de subsidios, guarderías y ayudas escolares. Es, en esencia, una transferencia solidaria desde quienes no crían a quienes sí.

El contexto: un país que se apaga
Japón no es nuevo en esto. Lleva años peleando contra un fenómeno que parece irreversible, el envejecimiento acelerado de su población. La natalidad está en mínimos históricos, los jóvenes postergan o descartan la idea de tener hijos, y el equilibrio económico y social empieza a tambalearse.
La pirámide demográfica está invertida, y el país necesita urgentes medidas para reactivar la natalidad si quiere evitar un colapso futuro en su modelo de pensiones, cuidados y productividad. Por eso, lo que a muchos les suena a castigo, para otros es simplemente una forma de redistribuir recursos en favor de quienes más carga social asumen.
¿Un impuesto a la soltería?
La crítica más feroz ha llegado desde redes sociales, donde se ha descrito la medida como un “impuesto a la soltería” o una penalización por no seguir el modelo tradicional de familia. Sin embargo, desde el gobierno nipón se insiste en que la intención no es sancionar el estilo de vida individual, sino crear un sistema más sostenible en el que quienes no asumen ciertos costes vitales (como la crianza de un hijo) contribuyan modestamente al bienestar colectivo.
Dicho de otra forma, no te castigan por no tener hijos, pero sí te piden que pongas un grano de arena para sostener un país que envejece a marchas forzadas. Lo que para unos es un despropósito, para otros es una forma pragmática de afrontar el futuro. Y aunque es cierto que 2 o 3 euros no cambiarán el mundo, sí marcan un precedente: el debate sobre cómo debería organizarse una sociedad en crisis demográfica. Quizás lo más incómodo no sea el importe del impuesto, sino la pregunta que lo impulsa: en una sociedad que se apaga, ¿tenemos alguna responsabilidad colectiva en encender la luz?