Su paso por el Bachillerato Internacional le ha permitido esquivar esta prueba decisiva sin renunciar a sus planes universitarios
Mientras decenas de miles de estudiantes se dejaban el alma (y el sueño) en la temida Selectividad, la infanta Sofía evitaba la trinchera académica más temida de junio con la tranquilidad de quien ya ha sellado el pasaporte al futuro. No fue por pereza, privilegio o suerte aunque lo segundo asoma la coronilla, sino por cursar el Bachillerato Internacional en el elitista UWC Atlantic College, ese internado galés que suena a castillo de Hogwarts pero factura como Harvard. Gracias a este sistema, Sofía accede a la universidad española sin exámenes adicionales, a través de una fórmula homologada por la UNED que parece diseñada para evitar sudores innecesarios.
Ironías del sistema, lo que para unos es un Everest, para otros apenas es una colina inglesa con vistas al mar. Este modelo, tan alternativo como efectivo, despierta una inquietante pero legítima pregunta. ¿igualdad de oportunidades o espejismo institucional?. Mientras los estudiantes de a pie miden su futuro en décimas de nota, Sofía lo homologa con documentos sellados y resultados internacionales.
El mérito académico, en este caso, es innegable, el BI no regala diplomas, pero la ausencia de presión evaluativa despierta suspicacias. Es una educación exigente, sí, pero envuelta en terciopelo, menos ruido, menos nervios, más estrategia. Y todo bajo la mirada cómplice de un país que aplaude la excelencia, siempre que no le recuerde la desigualdad.

Un futuro académico sin espada ni uniforme
En la saga borbónica de estos tiempos, cada hija ha elegido su propio tablero, mientras Leonor se alista en los cuarteles y desfila bajo la lluvia, Sofía esquiva el barro militar y prefiere los pasillos universitarios. La Casa Real, con su habitual diplomacia opaca, ha confirmado que la infanta no seguirá formación castrense. Adiós al uniforme, al helicóptero y a la retórica de “servicio a la patria”.
Su camino no será por tierra, mar ni aire, sino probablemente por aulas de ciencia, política o tecnología, más cerca del pensamiento que del pelotón. En tiempos donde las armas cotizan menos que los algoritmos, Sofía opta por la ruta civil con determinación monárquica.
Eso sí, aún no hay hoja de ruta oficial. Zarzuela se limita a murmurar que “se están considerando varias opciones”, lo cual, traducido del idioma borbónico, quiere decir, no hay prisa, ya veremos. La posibilidad de que se presente voluntariamente a las PECE para acceder a grados más exigentes está sobre la mesa, aunque sin confirmación. Lo cierto es que esta etapa se perfila como un acto de afirmación, alejarse del molde militar, tomar distancia del protocolo y empezar a construir una identidad más allá del apellido. Una infanta sin sable, pero con brújula propia.
La libertad “relativa” de elegir sin presión
Aunque el destino universitario de Sofía aún es materia de quinielas, las apuestas más sensatas apuntan a grados STEM, Relaciones Internacionales o Derecho. Una mezcla entre vocación y conveniencia, entre interés real y las necesidades simbólicas de una institución que busca modernizarse sin traicionar sus raíces. Si estudia fuera, reforzará su perfil global; si lo hace en España, suavizará las críticas al “exilio académico” de las infantas. En ambos casos, el guion parece cuidadosamente editado, como esos documentales de la Casa Real donde se respira naturalidad, cuidadosamente ensayada.
Pero más allá del contenido curricular, lo interesante es el mensaje, por primera vez en siglos, una infanta española puede decidir su futuro sin imposiciones ni protocolos inamovibles. Su formación no estará atada ni a las armas ni al altar, sino a la biblioteca y (esperemos) a la curiosidad. Es un gesto pequeño, pero simbólicamente potente. Porque si bien nacer en una cuna de oro te evita muchos obstáculos, tomar tus propias decisiones sigue siendo, incluso allí un privilegio raro y valioso.