Su inesperado salto al mítico Grand Prix del Verano como copresentadora marca un giro en su trayectoria junto a Broncano
Anoche, en ese teatro de lo imprevisible que es La Revuelta, se deslizó una noticia con la elegancia torpe de una vaquilla en patines, Lala Chus deja temporalmente el nido broncaniano para copilotar el Grand Prix del Verano. Así, la colaboradora que ha hecho del caos una forma de arte, abandona el plató que mejor entendía sus silencios incómodos, sus miradas cargadas de sarcasmo y esa comicidad que bascula entre el absurdo y el exorcismo emocional. ¿Casualidad que lo anuncie justo en el parón estival del programa? No. Más bien, una jugada maestra con aroma a ruptura amistosa.
La noticia, servida en bandeja por Ramón García con una rodilla en tierra y un gesto más teatral que el de una boda gitana, fue celebrada como una liturgia pop. No hubo guion ni aviso previo o al menos, eso nos hicieron creer, lo cual encaja con la estética de lo espontáneo que ambos formatos comparten. Que Lala, provocadora nata, pase de entrevistar a científicos cuánticos con una copa de vino en mano a presentar pruebas de adolescentes disfrazados de flamencos tiene algo de milagro posmoderno. O de comedia de situación con tintes divinos.

La ironía de lo público: de la irreverencia a la nostalgia con la misma cara
La elección de Lala Chus como copresentadora del Grand Prix es tan inesperada como lógica. RTVE parece haber entendido que para revitalizar un formato que huele a VHS necesitaba una figura que oliera a Twitter. La antítesis es deliciosa, la televisión familiar por antonomasia será ahora codirigida por una mujer que escandalizó al prime time con una imagen de una vaquilla beatificada. Y no por falta de respeto, sino por exceso de sentido del humor. Porque, en la España de hoy, provocar sigue siendo el atajo más corto hacia la popularidad… o el linchamiento.
Pero Lala no se inmuta. Como si fuese una médium entre la risa y la incomodidad, ha aprendido a flotar en las aguas turbulentas de lo políticamente incorrecto sin ahogarse del todo. En un ecosistema mediático que vive entre la autocensura y la hipérbole, ella representa esa voz que dice lo que no se debe, en el momento menos oportuno, y consigue que la audiencia se ría, aunque no sepa muy bien por qué. En ese limbo televisivo entre el meme y el mito es donde parece más viva.
El nuevo canon del entretenimiento: mezclar a Ramón García con TikTok
Que Broncano pierda a Lala en pleno verano tiene algo de premonición bíblica, el caos pierde a su bufona justo cuando más calma necesita. Y aunque él ha sabido reinventarse desde La Resistencia hasta La Revuelta, este cambio marca un punto de inflexión. Su programa, basado en lo imprevisto, se enfrenta ahora a una ausencia previsible pero potente. Porque, seamos francos, nadie sostiene mejor una mirada incómoda de cinco segundos que Lala. Y en televisión, eso también es talento.
Del otro lado, El Grand Prix, ese dinosaurio adorable de la parrilla española, se actualiza sin perder su alma. La fórmula es clara, nostalgia para padres, irreverencia para hijos. Poner a Ramón García junto a Lala Chus es como servir sopa de cocido en vaso de Starbucks, desconcertante, pero deliciosamente eficaz. Quizá ahí radique la clave de su éxito, en entender que el presente televisivo no se escribe con tinta permanente, sino con emojis, ironía y una pizca de caos vintage.