Un aparente accidente empañó el inicio del derbi entre Espanyol y Barcelona en Cornellà. Una conductora atropelló a 14 personas tras verse rodeada por aficionados en las inmediaciones del RCDE Stadium
Las horas previas a un clásico catalán suelen rebosar pasión, cánticos y algún que otro exceso verbal, pero rara vez derivan en una escena que parece extraída de un thriller urbano. A las 21:02, mientras el aire se cargaba de rivalidad deportiva, un coche irrumpió en la Avenida Llobregat dejando catorce heridos en su estela. La conductora, lejos del perfil que uno imaginaría para un acto así, aseguró sentirse “acosada” por la multitud. Su versión, por inverosímil que parezca a simple vista, resuena como un grito ahogado en medio del estruendo de las bengalas.
No hubo alcohol. No hubo drogas. No hubo, al parecer, intención homicida. Pero sí hubo miedo, el más humano y desbordante de los impulsos. Según los Mossos, el coche estaba detenido cuando fue rodeado por hinchas. En ese momento, la mujer al volante, como quien aprieta el botón de pánico sin saber bien qué pasará, pisó el acelerador. El resultado, cuerpos derribados, gritos, caos. Un hecho “fortuito”, dijeron. Aunque pocas cosas son tan irónicamente planificadas como una reacción instintiva.

Un escenario, muchas preguntas
La investigación continúa, entre papeles, declaraciones y una sospecha difusa que navega entre la imprudencia y el instinto de supervivencia. ¿Fue miedo genuino o una coartada improvisada? ¿Podía la presencia de cientos de aficionados justificar una maniobra tan peligrosa? Las cámaras, los testigos y la reconstrucción de los hechos serán los jueces de una verdad que aún se escurre. Pero mientras tanto, el debate ya ha empezado a agitar las aguas.
Porque lo cierto es que lo que debía ser una celebración deportiva se convirtió en un interrogante colectivo. El comisario Eduard Sallent defendió que el dispositivo de seguridad no falló. Que el error si así puede llamarse fue humano, no estructural. Aunque, claro, decir que la vía no debía cerrarse es más fácil después del atropello. Un coche en medio de una marea de hinchas es como una cerilla encendida en un depósito de gasolina, tal vez no pase nada, pero si pasa, no hay excusas suficientes.
Heridas físicas y cicatrices sociales
Afortunadamente, ninguno de los heridos se encuentra grave. Pero hay golpes que no se miden en radiografías. La escena dejó un regusto amargo, una sombra que opacó el partido y la victoria. La reacción de las autoridades fue rápida, sí, pero también predecible, apoyo a las víctimas, agradecimientos cruzados y la promesa implícita de “mejoraremos la próxima vez”. Como si la gestión de multitudes fuera una ciencia exacta o una ruleta rusa urbana.
Este suceso, menor si se mide en gravedad médica, pero enorme en implicaciones, nos recuerda que las ciudades modernas bailan al filo de la improvisación. Que entre el fervor colectivo y el caos, a veces solo hay un semáforo. Y que incluso en la fiesta más organizada, el miedo puede colarse por el retrovisor. El atropello en Cornellà no es solo un hecho aislado, es una metáfora en carne viva de la tensión entre lo público y lo privado, entre el derecho a circular y el deber de detenerse.