En un plató de la televisión pública, alguien decidió resucitar un cadáver mediático con maquillaje nuevo. El problema no es el maquillaje: es que el cadáver huele
La televisión pública, esa institución que debería ser el espejo decente de un país, vuelve a recordarnos que también puede ser el retrovisor empañado de la televisión privada. RTVE ha tomado una decisión, seguirá apostando por La Familia de la Tele, ese experimento genético que intenta clonar el espíritu de Sálvame en una cadena que, en teoría, se financia con impuestos y no con vísceras.
El estreno ha sido, por decirlo suavemente, frío. Un 10,1% de share en su primer día, desplomándose hasta el 6% a mitad de semana. Y, sin embargo, desde los despachos de Torrespaña han decidido seguir. ¿Valentía? ¿Ceguera? ¿Fe en el formato o miedo al ridículo de reconocer el error? En tiempos donde el entretenimiento compite con TikTok, Twitch y plataformas a la carta, hay algo admirable y quizá trágico en ese empeño por recuperar la fórmula del grito, el conflicto y la lágrima forzada, solo que sin Jorge Javier ni Mediaset.

Una familia disfuncional con apellido público
La Familia de la Tele es lo que ocurre cuando una cadena pública quiere hacer un programa de cotilleos sin llamarlo así, con decorado reciclado y colaboradores con contrato nostálgico. El concepto es sencillo, tomar a antiguos rostros de Sálvame, reconfigurarlos en un formato más suave, quitar lo escabroso, mantener el morbo edulcorado y esperar que la audiencia responda. Spoiler, no lo ha hecho.
Porque aquí no se trata solo de contenidos. Se trata de identidad. RTVE, como servicio público, tiene la eterna disyuntiva entre atraer audiencias o conservar una línea editorial coherente. Y este programa parece un intento de jugar en las dos bandas sin pisar ninguna con fuerza. Es como querer ser MasterChef y Crónicas Marcianas a la vez, un potaje indigesto.
Antítesis en prime time: entre Sonsoles y la sombra de Jorge Javier
Mientras Sonsoles Ónega roza el 11% con su estilo de magacín elegante y Jorge Javier vuelve a despuntar con su teatralidad marca registrada, La Familia de la Tele naufraga entre la indefinición y la sospecha. No es lo suficientemente trash para el público que amaba el caos de Telecinco, ni lo bastante institucional para el espectador fiel de La 1. Una tierra de nadie audiovisual, donde todo parece dicho y nada suena sincero.
La ironía es evidente, RTVE apuesta por un formato que nació en las entrañas de una cadena privada con intereses comerciales, para competir en una franja donde se premia lo llamativo pero lo hace con guantes blancos, como si le diera pudor ensuciarse. El resultado es un programa que ni escandaliza ni emociona, ni informa ni divierte. Solo está, ocupa espacio, consume recursos y por ahora pierde espectadores.
¿Cambiar sin cambiar? La tentación del parche
Desde la cadena ya se habla de “retoques” para mejorar el programa. Aunque no se aclara en qué consisten, suena más a cirugía estética que a cirugía de concepto. Y ahí está el verdadero dilema, ¿se puede rescatar un formato muerto solo con retoques? ¿O será necesario reconocer que el experimento nació, quizás, de una nostalgia mal digerida? La televisión pública tiene derecho a entretener, por supuesto. Pero también tiene el deber de proponer alternativas que no dependan de replicar los tics del pasado.
Porque, a fin de cuentas, lo que está en juego no es solo un programa. Es la credibilidad de una cadena que, si quiere atraer nuevas audiencias, no puede seguir buscando fórmulas viejas con rostros reciclados. ¿Persistirá RTVE hasta que el formato repunte o hasta que el bochorno sea insostenible? ¿Se atreverá a redirigir el rumbo hacia algo que respete más su esencia y la de sus espectadores? En un ecosistema mediático que ya no tolera la tibieza, la peor decisión no es arriesgar, es disfrazar la rutina de novedad.