Abu Dabi se convierte en el epicentro del drama europeo: Mónaco sorprende, Olympiacos se tambalea, Panathinaikos busca reinar
No es una Final Four cualquiera. Es un teatro de tensiones encendidas, un carnaval de contrastes estratégicos y un recordatorio de que el baloncesto europeo, cuando se juega con el alma en la punta de los dedos, puede ser más intenso que cualquier ópera de Wagner. Esta edición 2025 se escenifica en Abu Dabi, en un Etihad Arena que parece un plató de Hollywood más que una cancha de basket. Allí, cuatro gigantes se disputan algo más que un trofeo, se juegan el derecho a reescribir su historia con letras de oro o tinta invisible.
Porque no hay españoles en liza y eso, en sí mismo, es un giro de guion pero sí una constelación de relatos que brillan con luz propia. Mónaco, el intruso de etiqueta, Olympiacos, el emperador con cicatrices, Panathinaikos, el heredero del Olimpo, y Fenerbahçe, el conspirador silencioso. Europa observa con el aliento contenido, como quien presencia una partida de ajedrez donde cada peón puede ser rey o mártir.

Mónaco rompe el protocolo y el baloncesto francés se permite soñar
Que un equipo que hace poco más de una década se arrastraba por la cuarta división francesa hoy desafíe a los titanes europeos no es solo improbable, es casi obsceno. Pero ahí está el AS Mónaco, derribando dogmas como si fueran defensas perezosas. Con Mike James desafiando la lógica y Vassilis Spanoulis viejo zorro heleno en el banquillo, los monegascos no llegaron para aprender. Llegaron para enseñar.
Su victoria sobre el FC Barcelona no fue un accidente; fue una tesis sobre cómo la inteligencia táctica puede suplantar a la historia, y cómo el hambre pesa más que el linaje. Si logran la corona, no será un milagro, será la consecuencia inevitable de una ambición sin complejos. Un equipo que en lugar de respetar el protocolo lo reescribe, con cada triple como una carta de independencia.
Los griegos: uno mira al pasado, el otro quiere fundar un imperio
Olympiacos llega con una maldición a cuestas. Ser primero en la fase regular, en esta Euroliga de ironías crueles, suele equivaler a una condena. Desde 2016, ningún líder ha tocado la gloria. Pero el club del Pireo no ha venido a hacer turismo. Vuelve con cicatrices que aún supuran la final perdida ante el Real Madrid en 2024 y con un propósito, hacer de la regularidad una virtud redentora.
En la otra esquina, Panathinaikos respira gloria antigua y hambre moderna. Con la elegancia de quien ha estado ahí antes, los atenienses buscan repetir título y sellar una dinastía que desafíe al mismísimo CSKA. Kostas Sloukas, el base que parece tener un reloj suizo en la cabeza, está a un paso de entrar en el Olimpo del baloncesto. En él se condensa el alma de un equipo que no quiere simplemente ganar: quiere perdurar. Y mientras los reflectores se enfocan en el drama griego y la epopeya francesa, Fenerbahçe se desliza como una sombra disciplinada. Silenciosos pero letales, los turcos llegan con una receta sin florituras, cohesión, defensa y nervios de acero.