En un momento de tensiones crecientes entre las grandes instituciones del deporte, el exjugador español lanza un mensaje claro: la Euroliga necesita una profunda transformación para garantizar la sostenibilidad y el futuro del baloncesto en Europa
Durante años, Pau Gasol fue el embajador silencioso de un baloncesto que presumía de elegancia europea y competitividad norteamericana. Pero ahora, lejos de las canchas y más cerca del micrófono, el catalán ha decidido prescindir de la cortesía institucional. Desde su academia en Barcelona donde jóvenes de 36 países botan ilusiones junto al parquet, lanzó una sentencia tan simple como incendiaria, el modelo de la Euroliga no solo es obsoleto, es insostenible. Mientras muchos aplauden el espejismo de una expansión a 20 equipos, Gasol apunta a lo esencial, las cuentas no cuadran, y los cuerpos tampoco.
Su crítica no se limita a una cuestión económica; es también una advertencia humanista. Porque cuando un calendario exige más partidos que descanso, no se está diseñando una liga, sino una trampa. La paradoja es tan cruel como clara, más espectáculo significa menos salud. Mientras la NBA y la FIBA conspiran con una sutil mezcla de idealismo y oportunismo para alumbrar una alternativa pan-europea, la Euroliga se aferra a un modelo que parece más una camisa de fuerza que un traje de gala.

Calendarios tóxicos y guerras de calendario: la fragilidad del sistema
Gasol no usó eufemismos. Criticó con la franqueza de quien ya no tiene que agradar a nadie, pero sí muchas cosas que defender. Aumentar partidos, dijo, es erosionar el talento desde dentro, como quien añade peso a una estructura que ya cruje. La saturación de los jugadores no es un tema técnico; es una declaración ética. Si los deportistas se rompen, se rompe el deporte. Y mientras las federaciones europeas miran el corto plazo con mirada miope, la NBA ensaya su asalto al viejo continente con la mirada larga del conquistador.
En este tablero convulso, la pregunta no es quién manda, sino quién cuida. La Euroliga se atrinchera, la FIBA negocia, y la NBA seduce. Y en medio, jugadores, clubes medianos y aficionados quedan atrapados entre promesas de grandeza y realidades de desgaste. Lo que Gasol propone no es solo una nueva liga, sino un nuevo contrato social para el baloncesto europeo. Uno donde crecer no signifique romperse.
La NCAA como espejo invertido: el dilema de los talentos en fuga
El otro frente de batalla está a miles de kilómetros, pero afecta al corazón de Europa, la NCAA. Allí, los contratos NIL permiten a los adolescentes convertirse en marcas andantes antes de debutar como profesionales. Para un joven europeo, el viaje ya no es hacia la élite continental, sino hacia el dólar universitario. Gasol lo ve claro y lo denuncia con la lucidez de quien ha conocido ambos mundos, sin un sistema que proteja la formación, Europa se convertirá en vivero gratuito para las potencias extranjeras.
La ironía es brutal, mientras aquí discutimos sobre cómo sostener ligas que pierden dinero, allá se paga a chicos de 18 años por firmar zapatillas. La antítesis entre el ideal romántico del baloncesto formativo europeo y la cruda lógica del mercado estadounidense es tan violenta como inevitable. Gasol no pide milagros, pero sí memoria, si Europa quiere futuro, tiene que dejar de comportarse como una cantera sin voz. Porque, a veces, la mayor revolución comienza con alguien que simplemente se atreve a decir lo evidente.