El Barça, tras una temporada sin títulos y con las heridas aún abiertas por la eliminación ante Unicaja, ha optado por una salida tan inesperada como reveladora: la continuidad. Joan Peñarroya seguirá al frente del banquillo azulgrana
En un mundo donde el banquillo suele ser el primer sacrificio ritual tras una temporada fallida, Joan Peñarroya ha logrado lo que parece un oxímoron en el fútbol moderno, fracasar con dignidad. No hubo trofeos en el Palau, pero sí hubo algo más raro aún, paciencia. Juan Carlos Navarro, con voz serena pero firme, confirmó lo impensable para algunos la continuidad del técnico tras caer ante Unicaja. En tiempos donde los proyectos duran lo que un stories de Instagram, el Barça apuesta por el largo plazo. O al menos, por un segundo acto.
La temporada azulgrana fue un sudoku emocional, lesiones, bajones, promesas como Dame Sarr que desaparecieron justo cuando más se les necesitaba. Sin embargo, y aquí está el matiz que divide a los resultadistas de los románticos, el grupo respondió. No con títulos, pero sí con carácter. “Le doy un aprobado”, dijo Navarro, como si evaluara un alumno que ha suspendido el examen pero salvado el trimestre con una redacción brillante sobre la vida. Hay derrotas que no se celebran, pero sí se respetan.

Peñarroya: arquitecto del futuro en una obra aún por terminar
La apuesta por Peñarroya no es un acto de fe, sino un cálculo frío con ropaje emocional. Navarro lo explicó sin ambages, el entrenador seguirá al frente y ya trabaja en la plantilla del próximo curso. Como esos arquitectos que insisten en levantar un edificio justo donde todos ven ruinas, el Barça cree en su idea de juego, incluso si este año se quedó a medio construir. Y sí, nombres como Toko Shengelia flotan en el aire, pero la prioridad no parece ser la espectacularidad, sino la solidez. Qué ironía, el club de las estrellas quiere ahora ser un equipo.
Hay un mérito silencioso en resistir cuando los focos ya no alumbran. Más aún cuando se elige la continuidad no como premio, sino como herramienta. Porque si algo ha demostrado Peñarroya es capacidad de gestión en medio del caos. Quizá su mayor victoria no fue ganarle a nadie, sino mantener unido un vestuario que tenía todas las papeletas para estallar. Hay técnicos que acumulan copas; otros, respeto. Este año, a Peñarroya le tocó lo segundo.
Afición fiel, autocrítica dura y un futuro en obras
Desde el palco hasta el parqué, el mensaje fue el mismo, no hay excusas, pero tampoco abandono. Navarro agradeció a una afición que, a pesar de las derrotas, no soltó la bufanda. En tiempos de seguidores volátiles y emociones con fecha de caducidad, eso vale tanto como un título. El club tiene dinero, estructura y talento. Lo que faltó fue suerte, continuidad y, quizá, ese clic misterioso que convierte buenos equipos en campeones. Para la próxima, se promete revisar cada engranaje.
Y luego está Joel Parra, que en lugar de maquillar el desastre, lo desnudó. “No ha sido una temporada del Barça”, dijo, con la sinceridad de quien se ha mirado al espejo sin filtros. No habló más. A veces, el silencio es más elocuente que una rueda de prensa. Lo cierto es que el Barça vive una de esas crisis que no destruyen, sino que redirigen. Como esas tormentas que arrancan ramas secas pero fortalecen las raíces. La próxima temporada, lo sabremos.