Los playoff de la Liga Endesa han comenzado con un rugido, no con un susurro. Valencia Basket y Tenerife no solo ganaron: arrasaron, avisando a los favoritos que en este juego no hay tiempo para la siesta ni espacio para el respeto excesivo
Hay cuartos que cambian partidos, y luego está el tercero de Valencia Basket ante Gran Canaria, un vendaval disfrazado de baloncesto. Tras un primer tiempo de tanteo casi diplomático, los de Mumbrú salieron del vestuario como si hubieran ingerido cafeína, pólvora y una dosis de irreverencia. El parcial de 34-8 no fue solo una anomalía estadística, sino una declaración de guerra a la lógica. Porque sí, los pronósticos dan miedo, salvo cuando te ríes de ellos a base de triples quirúrgicos.
Jean Montero lideró la ofensiva como un general con megáfono, seguido por una cohorte que no entendía de misericordia. Jones, Costello y De Larrea sumaron con la precisión de un metrónomo enfurecido. En cambio, Gran Canaria se vio reducido a dos nombres y muchas dudas, Tobey y Pelos anotaron, pero no bastó. Jaka Lakovic, con estoicismo zen, resumió la paliza con una frase tan resignada como sabia, da igual perder de tres o de treinta. Aunque, claro, perder de treinta deja marcas que el ego tarda en cicatrizar.

Marcelinho y el arte de envejecer como los vinos nobles
Y mientras en Valencia arrasaban con la furia del presente, en Tenerife brotó la elegancia del pasado. Marcelinho Huertas, ese base que parece más cercano al retiro dorado que a la gloria competitiva, firmó una actuación de museo, 39 puntos, 41 de valoración y una segunda parte donde no sólo jugó, sino que enseñó. Fue contra el Joventut, irónicamente el club que le abrió la puerta hace años. La venganza, dicen, es un plato que se sirve frío. Pero Huertas la sirvió caliente, vibrante, como un samba desatado.
La Laguna combinó nostalgia con pólvora. Desde el perímetro llovieron los triples 6 de 8 en la segunda mitad y Fitipaldo, Shermadini y Kramer escoltaron al maestro con diligencia suiza. Enfrente, Dekker, Tomic y Hanga intentaron sostener el orgullo verdinegro, pero fue como querer frenar una ola con una sombrilla. Incluso Morin, en su debut, dejó destellos, aunque la noche tenía un único protagonista. “Dimos un paso adelante”, dijo Huertas. Pero lo que no dijo por humildad o por costumbre es que ese paso fue un salto cuántico.
El mensaje es claro: no hay respeto por los gigantes dormidos
Mientras los gigantes duermen, los valientes toman la palabra. Valencia y Tenerife han demostrado que no basta con tener escudo y prestigio para intimidar en los playoff. Han convertido el tercer cuarto en un arma de destrucción masiva, un espacio-tiempo donde lo previsible se desintegra. Porque sí, Real Madrid, Barça, Unicaja y Baskonia aún no han aparecido, pero ya tienen a quién mirar con recelo.
Hay algo hermoso y cruel en estos comienzos, todo el mundo parte de cero, pero algunos ya escriben con tinta indeleble. Como si en lugar de jugar al baloncesto, estuvieran esculpiendo advertencias en mármol. ¿Durará este impulso? ¿Responderán los colosos? Quizás. Pero por ahora, Valencia y Tenerife bailan sobre la incertidumbre con una seguridad insolente. Y eso, en el fondo, es la magia del playoff, la certeza de que el guion siempre puede ser quemado en el descanso.