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Haliburton lidera la exhibición de los Pacers a dos victorias del anillo NBA

Tyrese Haliburton lideró con maestría una noche que ya huele a capítulo histórico. Con los Pacers a solo dos triunfos del primer anillo de su existencia, Indiana no solo ganó: construyó un manifiesto de juego colectivo frente al poder individual

En un Gainbridge Fieldhouse encendido como una forja antigua, Tyrese Haliburton no solo jugó al baloncesto, dictó sinfonías de precisión. Con 22 puntos, 9 rebotes y 11 asistencias, rozó el triple-doble como quien roza el bronce de una estatua aún por erigir. Frente a los Thunder, que por momentos parecían más brisa que tormenta, Indiana tomó el mando de la serie (2-1) y encendió una llama que, por primera vez, parece no extinguirse ante la historia. No hay anillo aún, pero el pulso ya late como si lo llevaran puesto.

Bennedict Mathurin, en plan antagónico del tímido novato de hace un año, fue pura explosión, 27 puntos y una actitud que olía a veteranía precoz. Haliburton, lúcido como siempre, resumió el momento con la naturalidad de un líder que no necesita gritar, “Nuestro banquillo estuvo increíble”. Curiosa paradoja, en una liga de individualidades estridentes, el equipo que más seduce es el que mejor se disuelve en el nosotros.

Haliburton
Tyrese Haliburton fue, una vez más, el eje de la ofensiva con 22 puntos, 9 rebotes y 11 asistencias

Indiana: la utopía del juego colectivo

Rick Carlisle, con la serenidad de un orfebre de sistemas, no pidió estrellas; pidió sinfonía. Y sus Pacers le respondieron con armonía coral, donde cada jugador desde los titulares hasta el banquillo fue nota precisa en una partitura de intensidad constante. “Este es el tipo de equipo que somos”, dijo. Y en esa frase sencilla se esconde el manifiesto de una franquicia que ha hecho de la colectividad su seña y de la imprevisibilidad, su estrategia.

Indiana no solo ganó; administró como un viejo ajedrecista y ejecutó como un violinista al borde del clímax. Supieron cuándo correr, cuándo enfriar, cuándo morder. Y cuando los Thunder amagaron con volver, el banquillo respondió con puntos y piernas frescas. En una liga donde los reflectores apuntan siempre a las figuras, los Pacers se encienden como fogata de campamento, menos deslumbrante, sí, pero infinitamente más cálida.

Oklahoma intenta resistir: pero la ola amarilla y azul se impone

A decir verdad, los Thunder no jugaron mal. Jalen Williams, Shai Gilgeous-Alexander y Chet Holmgren hicieron lo que tenían que hacer. Sumaron puntos, rebotes, minutos de calidad. Pero fue como si intentaran contener una marea creciente con las manos desnudas. La energía de Indiana, esa mezcla de urgencia y alegría, se impuso a cada intento de remontada. A Oklahoma le faltó lo que a Indiana le sobra, un alma repartida en cinco, diez, doce cuerpos.

El cuarto partido llega en unas horas y con él, la posibilidad nada remota ya de que Indiana se ponga a un paso del anillo. Una frase que, hace unos meses, sonaba a chiste de pretemporada. Pero el baloncesto, como la historia, tiene sus ironías: a veces no gana el que tiene más nombres, sino el que encuentra su voz colectiva. Y esta voz, hoy, grita desde Indianápolis.

EGD NBA

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