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Historia de los enfrentamientos Indiana Pacers y New York Knicks

Más que partidos, sus enfrentamientos han sido capítulos intensos de una saga marcada por el orgullo, los milagros y los gestos provocadores

Hay rivalidades que nacen del talento. Otras, del rencor. La de los Indiana Pacers y los New York Knicks nació, como tantas historias de amor odio, de una pequeña ofensa. Corría 1993 cuando John Starks evitó el apretón de manos de Reggie Miller. Un gesto mínimo, casi invisible para las cámaras, pero suficiente para sembrar una guerra. Miller respondió con 36 puntos y una sonrisa que decía, esto acaba de empezar. Ganaron los Knicks, sí, pero la narrativa ya era otra, Indiana había vencido en lo simbólico.

Y entonces llegó el teatro. Literal. Porque en 1994, el Madison se convirtió en escenario y Spike Lee en antagonista involuntario. Reggie, ese villano de cejas arqueadas y corazón helado, anotó 25 puntos en el último cuarto mientras discutía con el director de cine. “El ahorcado”, aquel gesto inmortal, no fue solo burla, fue una declaración de guerra artística. Los Knicks se vengaron ganando la serie. Pero un año después, en 1995, Miller orquestó su sinfonía más brutal, 8 puntos en 9 segundos. Como si el tiempo tuviera sentido del espectáculo.

Pacers vs Knicks
Una rivalidad que arde desde hace tres décadas

La antítesis del olvido: gloria y caída compartida

Del 96 al 2000, la rivalidad se volvió mito. Indiana, con Miller siempre a punto de asesinar esperanzas; los Knicks, con latidos agónicos pero insistentes. En 1998, otro triple de Reggie selló la victoria en el último suspiro. En 1999, sin Ewing, los Knicks renacieron gracias a Larry Johnson y su jugada de cuatro puntos: mitad hazaña, mitad herejía reglamentaria. Y en el 2000, Miller se cobró todas las deudas con 34 puntos que mandaron a Indiana a sus primeras Finales NBA. Aquello no fue un cierre, fue una pausa con sabor a pólvora.

Luego vino el letargo. El olvido aparente. Pero como los viejos rockeros o los secretos de familia, las rivalidades nunca mueren. Solo esperan. Y en 2013, reaparecieron los fantasmas, Roy Hibbert taponó a Carmelo y silenció Nueva York. En 2024, el grito fue de Indiana, 70 puntos en una mitad, 67% de efectividad, una humillación que convirtió el Madison en mausoleo. Haliburton y compañía jugaron como si Reggie les hablara desde el vestuario. No era nostalgia. Era legado.

2025: el tiempo no cura, solo recicla el conflicto

Y así llegamos a hoy. 2025. Finales del Este. Otra vez. Como en el 2000, como si la historia caminara en círculos. Jalen Brunson lleva en las venas la memoria de su padre, Rick, que hoy asiste al mismo entrenador que antes lo dirigía. Indiana, por su parte, juega por su primer anillo, pero también por todas las veces que estuvo cerca. Cada jugada es un eco, de un triple de Miller, de una falta dudosa, de un gesto que nunca se olvidó.

Porque esto no es una simple eliminatoria. Es una saga de heridas mal cicatrizadas, de épicas domésticas. Una ópera con zapatillas y tableros. Los Pacers y los Knicks no solo compiten por el pase a las Finales, luchan por controlar el relato, por reescribir las cicatrices. En un mundo donde casi todo envejece mal, esta rivalidad lo hace como el buen jazz, se vuelve más intensa, más profunda, más humana. Y todavía queda mucho por contar.

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