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Jokic se desgasta y los Nuggets lo pagan: sin alternativa, sin descanso, sin red

Cuando el corazón late sin descanso, hasta el músculo más fuerte se agota. Eso le está ocurriendo a Nikola Jokic, el alma incansable de los Denver Nuggets, cuya genialidad ya no basta para tapar las grietas estructurales de su equipo

En el baloncesto, como en la vida, incluso los relojes más precisos necesitan cuerda. Nikola Jokic, ese centro gravitacional alrededor del cual giran los Denver Nuggets, registró otra actuación de élite en los números 27 puntos, 13 rebotes pero esta vez, su habitual alquimia no alcanzó para mantener el equilibrio. La derrota en casa ante los Thunder (87-92) no es solo un tropiezo, es un síntoma. Porque si Jokic baja un grado su temperatura celestial, todo el sistema Nuggets entra en hipotermia.

Pero más revelador que su línea estadística fue el lenguaje corporal. Jokic, el mago serbio que suele convertir cada jugada en una ecuación resuelta con poesía, parecía cansado. No solo erró falló 15 de sus 22 tiros, incluyendo 2 de 8 en triples y dos libres que pesaron como plomo, sino que dejó de disfrutar. Como si supiera, con una mezcla de resignación y lucidez, que está solo en el centro del tablero.

Nikola Jokic
La derrota ante los Thunder no solo empata la serie

Los Nuggets lo pagan: sin alternativa, sin descanso, sin red

Tras el partido, Jokic no buscó coartadas. Reconoció los méritos de la defensa rival, pero también asumió sus propios errores con una honestidad que duele más que cualquier estadística. “Fallé tiros abiertos, fallé dos libres importantes, tuve un gancho claro que no entró, Metí la pata”. En playoffs, ese tipo de confesión equivale a un parte de guerra. Porque lo que está en juego no es solo un resultado: es la evidencia de una dependencia peligrosa.

Charles Barkley, con su habitual puntería sin anestesia, lo dijo sin filtro, “Jokic está solo, y se está agotando”. No hay pívot suplente confiable, no hay plan B, ni siquiera un plan A menos Jokic. La serie sigue viva, sí, empatada 2-2. Pero mientras los Thunder oxigenan a sus piezas como un equipo de atletismo, los Nuggets exprimen a su líder como si fuera infinito. Spoiler, no lo es.

Sin alternativa: un ajedrecista atrapado en un ring

Jokic juega al ajedrez en un deporte que, en esta serie, se ha convertido en boxeo. Cada posesión es una batalla física, cada recepción una emboscada. Le rodean, le empujan, le golpean con la legalidad calculada de los equipos bien entrenados. Y lo hacen mientras el banco de Denver permanece como un museo de cera: estático, decorativo, inútil.

El problema ya no es táctico. Es estructural. Mental. Y quizá, inevitable. Si los Nuggets quieren seguir respirando, deben encontrar oxígeno fuera de su estrella. Porque si Jokic tiene que ser brillante cada 48 horas para sobrevivir, no es una estrategia, es un suicidio lento. Lo saben todos, incluso él. O lo salvan, o se apagan juntos.

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