Tiago Splitter, aquel pívot que conquistó la NBA con los Spurs y tejió su leyenda en Europa con Baskonia, está a punto de dar otra jugada maestra. Esta vez, no desde el parqué, sino desde el pizarrón
Que un brasileño dirija con maestría a un equipo francés mientras la NBA vuelve a tocar su puerta podría sonar a argumento de novela deportiva con ínfulas de épica. Pero Tiago Splitter, ese ex pívot que alguna vez fue engranaje silencioso de los Spurs, está escribiendo su segunda vida profesional con una sobriedad que desarma. Ya que los Portland Trail Blazers lo quieren como asistente de Chauncey Billups, en lo que sería su tercera incursión como técnico en la liga estadounidense. Nada mal para alguien que pasó de gritar en la pintura a susurrar desde el banquillo, con la paciencia del que sabe que los árboles grandes no crecen a la sombra de los focos.
Splitter ya dejó huella en Brooklyn y Atlanta antes de mudarse a París, donde aceptó su primer reto como entrenador principal. Allí, en una ciudad donde se suele mirar más al Louvre que al parquet, Tiago logró lo improbable, convertir al Paris Basketball en un equipo relevante en apenas una temporada. Su trayectoria como técnico recuerda a esos vinos que, lejos de oxidarse con el tiempo, fermentan en complejidad. Y ahora, el probable regreso a la NBA se presenta menos como una vuelta y más como una declaración de principios.

Una revolución táctica con acento brasileño
La campaña 2024-25 de Tiago Splitter al frente del Paris Basketball ha sido un manifiesto de modernidad táctica. Clasificar a su equipo a los playoffs de la Euroliga en su primera participación fue como enseñarle a bailar a un elefante en un escenario de ballet, improbable, elegante y rotundamente efectivo. Su estilo, descrito por él mismo como “más rápido que muchos equipos de la NBA”, ha convertido cada partido en una tormenta organizada. ¿Y qué hizo la crítica? Lo ovacionó, por supuesto, empató con Gordon Herbert en la votación al Entrenador del Año, algo así como ganarle a un chef francés en su propia cocina.
Mientras tanto, en la liga francesa, su equipo avanza con paso firme hacia la final ante JL Bourg. La mezcla de juventud y energía que ha sabido orquestar Splitter recuerda a esas bandas debutantes que tocan como si les fuera la vida en ello. Pero aquí no hay improvisación, hay método, hay dirección, hay lectura de juego. Hay, en definitiva, un técnico que ha dejado de ser promesa para convertirse en certeza. Y eso, en el baloncesto europeo, suele costar más que un triple en el último segundo.
De campeón a constructor: el arte de la transición
Splitter no es simplemente un exjugador metido a entrenador. Es un campeón de la NBA, un referente en el Baskonia y, sobre todo, un hombre que entendió que el talento sin evolución es apenas un fósil brillante. Lo suyo no ha sido una transición, sino una metamorfosis. Del pívot que fajaba en la pintura al estratega que dibuja ataques desde la banda, su recorrido está más cerca de un arquitecto que de un nostálgico. Porque hay quienes viven de su pasado, y luego está Tiago, que lo usa como cimiento para construir su porvenir.
La posible llegada a los Blazers no sería solo una línea más en su currículum, sería un nuevo escenario donde aplicar su visión de juego, ese cruce fascinante entre el rigor europeo y la velocidad estadounidense. Portland, franquicia en permanente búsqueda de identidad, podría hallar en Splitter una brújula inesperada. Porque, a veces, el mejor fichaje no es un jugador estrella, sino un cerebro sereno. Y en eso, Tiago Splitter parece haber encontrado su verdadero territorio.