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Towns salva a Nueva York: 20 puntos en el último cuarto y los Knicks reviven en Indiana

Karl-Anthony Towns rescató a los Knicks del abismo con 20 puntos en el último cuarto, liderando una remontada épica en Indiana que devolvió el alma competitiva a Nueva York

Cuando todo parecía perdido y la oscuridad se cernía sobre los Knicks como una nube espesa sobre Broadway, apareció Karl-Anthony Towns. No como una estrella cualquiera, sino como un meteorito emocional. En el último cuarto, cuando los sueños suelen romperse, él decidió construir uno, 20 puntos, 8 rebotes y una determinación que no se mide en estadísticas. Fue el grito ahogado de un equipo que se negaba a morir, la irrupción de un líder cuando más se necesitaba.

Porque esto no fue solo una remontada; fue una declaración de intenciones. Nueva York, con el aliento remoto del Madison Square Garden, volvió a latir desde Indiana. Y no hay ironía más cruel para los Pacers que ver cómo, tras ir ganando por 20, terminaron siendo meros testigos de la resurrección neoyorquina. Towns no jugó al baloncesto. Jugó con el destino.

Karl-Anthony Towns
Towns cambia el destino con pura determinación

Renacimiento Knicks: entre la desesperación y la esperanza

El tercer cuarto terminó con los Knicks 15 puntos abajo, y el abismo del 3-0 asomaba con la frialdad de una sentencia. Pero entonces, algo cambió. Towns se adueñó del balón como quien toma un volante en medio de un derrape. Jugó sin temblor, como si los fantasmas del fracaso no lo asustaran. Convertía cada canasta en una dosis de coraje para sus compañeros, y cada rebote en un ladrillo más para reconstruir la moral del equipo.

La defensa neoyorquina, hasta entonces pasiva, cerró filas como una muralla medieval. No fue la precisión técnica lo que salvó a los Knicks, sino el instinto. El resultado, 100-106, fue mucho más que un número, fue la metáfora de una franquicia que, ante la caída libre, decidió extender las alas. De pronto, el 2-1 no suena a epitafio, sino a prólogo.

Haliburton cae, pero promete volver

Mientras Towns resplandecía, los Pacers se deshacían como un castillo de arena en marea alta. Su ataque se desvaneció, su puntería se evaporó, y la confianza ese bien tan frágil en playoffs se fue por el desagüe. De 25 intentos desde el triple, solo 5 entraron. Tyrese Haliburton, que había empezado con ritmo, acabó confesando con crudeza. “Muchos de nuestros errores ofensivos fueron culpa mía”. No se excusó. Se expuso.

Y en esa autocrítica se esconde una promesa de guerra. Haliburton quiere redención, y el Game 4 será su campo de prueba. Pero algo ha cambiado, ya no es una serie controlada, es un incendio en expansión. Towns ha demostrado que un solo hombre, cuando arde por dentro, puede prender fuego a toda una eliminatoria.

EGD NBA