Real Valladolid y Deportivo Alavés se enfrentan en la penúltima jornada de LaLiga con destinos opuestos y realidades contrastadas. Mientras los vitorianos ya acarician la permanencia tras una campaña sólida, el conjunto local llega al borde del abismo
Dos equipos, dos destinos y una misma fecha marcada por la urgencia, este domingo 18 de mayo, a las 19:00, Real Valladolid y Deportivo Alavés se enfrentarán en un duelo que tiene menos de partido y más de radiografía emocional. Mientras los de Vitoria pisan el césped del José Zorrilla con la tranquilidad de quien ya ha hecho los deberes (38 puntos, permanencia casi asegurada y una primavera sin sobresaltos), el conjunto local se arrastra por la clasificación como náufrago que aún no decide si bracear o resignarse al hundimiento. Una antítesis brutal, la ligereza del que sobrevive frente al peso muerto del que se ahoga.
Y lo irónico casi cruel es que ambos han recorrido las mismas 36 jornadas, pero lo que uno ha conseguido sudando, el otro lo ha desperdiciado desangrándose. Valladolid ha encajado 86 goles, y marcado solo 26, cifras que no describen una campaña, sino una penitencia. Alavés, en cambio, ha vivido sin fuegos artificiales, pero con orden. 36 goles a favor, 47 en contra. Nada de epopeyas, pero sí de eficiencia. Como quien no baila bien, pero llega antes que el que ensaya cada paso con torpeza trágica.

Latasa predica en el desierto, Kike García predica y convierte
El once pucelano no es tanto un equipo como una confesión. Un 5-4-1 con Hein en portería y una muralla de cinco defensores (Anuar, Parente, Çömet, Özkacar y Henrique) que más que contener, parece esconder. En el centro, Grillitsch y Mario Martín tratan de armar algo que ni los alquimistas medievales lograrían, mientras Chuki y Raúl Moro corren por las bandas como corredores de maratón en un laberinto. Latasa, pobre Latasa, es la metáfora viva del Valladolid: aislado, voluntarioso, y rodeado por la nada.
Frente a eso, Alavés es el reflejo de un pragmatismo que no enamora pero puntúa. Con Sivera en portería y una zaga firme (Tenaglia, Garcés, Mourinho y Manu Sánchez), el esquema 4-5-1 ofrece algo más que nombres: ofrece sentido. En la sala de máquinas, Blanco y Guevara manejan el tiempo, y en las alas, Carlos Vicente, Guridi y Aleñá aportan algo que Valladolid ha perdido hace meses: movilidad. Kike García, que no será Benzema pero tampoco necesita serlo, encarna esa clase de delantero que transforma oportunidades en puntos. Nada espectacular, pero como el café de media tarde: eficaz, cálido, y muy necesario.
Faltas, sanciones y un parte médico que parece parte de guerra
El drama no solo se juega con goles, sino también con tarjetas y lesiones. Valladolid suma 451 faltas cometidas y 86 amarillas. Es decir, golpea más de lo que piensa, y se desordena más de lo que reacciona. Alavés, más rudo aún con 584 infracciones, compensa su agresividad con un orden táctico que evita el caos. Si el fútbol fuese una danza, Valladolid bailaría con los pies atados y sin música, mientras Alavés, aunque torpe, al menos sigue el ritmo.
Y por si todo lo anterior fuera poco, el parte médico de los locales es tan extenso como su lista de errores. Javi Sánchez, Jurić, Aidoo y Torres están descartados, y Chuki podría unirse al parte de ausencias. En cambio, Alavés solo lamenta la baja de Abqar. La diferencia es abismal, como comparar un hospital de campaña con una clínica privada. Y en este contexto, cada milímetro de ventaja se transforma en un abismo. La penúltima jornada de LaLiga no decidirá un título, pero sí puede sellar una tumba.