Gui Guedes, fichado por 3 millones de euros, vive un momento clave en la UD Almería. Tras años de cesiones y adaptación, el joven portugués se ha consolidado como pieza fundamental del equipo
En el fútbol, como en la vida, algunos talentos se encienden de inmediato y otros, como brasas obstinadas, necesitan tres inviernos para convertirse en hoguera. Gui Guedes pertenece a este segundo linaje, costó apenas tres millones, una cifra modesta en el mercado moderno, y sin embargo su verdadera eclosión se ha hecho esperar con una paciencia casi franciscana. Tres años de cesiones, de silencios y de banquillo lo han moldeado, hasta que por fin el joven portugués ha comenzado a desplegar el juego que Rubi había intuido mucho antes que la grada.
La victoria ante el Sporting ha sido el umbral simbólico de esta metamorfosis. Allí no solo se ganó un partido, sino que se conquistó un aire nuevo, el del equipo que encuentra, en un muchacho de 20 años, la serenidad de un veterano. Gui se sabe ahora parte del grupo, ya no el invitado tímido a la mesa. En sus palabras late la certeza de quien ha dejado de pedir permiso para existir en la élite.
La alquimia del vestuario
El secreto del Almería, asegura Gui, no radica en la suma de talentos sino en la química invisible que se respira en cada entrenamiento. Allí, donde podría nacer la rivalidad, florece la complicidad, todos compiten, sí, pero lo hacen con la nobleza de gladiadores que saben que su fuerza está en el compañero de al lado. El joven escucha a los veteranos como quien descifra viejos mapas de navegación, consciente de que la experiencia es brújula en un mar que no perdona.
Ese equilibrio entre generaciones le ha dado al portugués la madurez prematura de un jugador que parece haber doblado ya las esquinas del desengaño. “Ahora me siento parte del equipo, tengo el cariño de mis compañeros y también doy cariño”, confiesa. Lo dice sin grandilocuencia, pero con la convicción de quien sabe que el fútbol, al final, es una guerra ganada desde la pertenencia.
El arte de la resiliencia
Gui Guedes ha aprendido que la carrera del futbolista es un espejo voluble, hoy refleja la gloria, mañana el olvido. Por eso se cuida dentro y fuera del campo, como un alquimista que protege su fragilidad con disciplina y silencio. Superó cesiones, lesiones y tardes sin protagonismo con la calma de quien sabe que cada herida, bien gestionada, se convierte en músculo. La familia y los compañeros han sido su ancla, la que evita que el mar de la incertidumbre lo arrastre.
En su rol de mediocentro, habla de equilibrio con una claridad que sorprende en un chico de veinte años, correr hacia adelante y hacia atrás, sostener el ritmo del partido, contener y crear a la vez. Es, dice él, un papel complejo; lo es también la vida, pero parece dispuesto a jugarla con humildad y firmeza. El Almería lo sabe, en Gui ha encontrado no solo un jugador de época tardía, sino un recordatorio de que los diamantes, aunque se retrasen, terminan siempre brillando.