Trece años después, el Cholo sigue… pero el Atleti respira cada vez menos
Hay cosas que en el Atlético de Madrid no se dicen en voz alta. Se susurran, se insinúan, se ocultan entre análisis de partidos y excusas de calendario. Y sin embargo, cada temporada que pasa lo grita con más fuerza el césped del Metropolitano: el Atleti de Simeone se ha apagado.
No es una cuestión de gratitud, porque el Cholo ha cambiado la historia del club. Tampoco es una acusación: no es culpable de nada más que de resistir demasiado en un lugar que ya no le pertenece del todo. Pero después de cuatro temporadas donde la emoción ha sido una visitante esporádica y el fútbol una rutina sin alma, es legítimo —necesario incluso— preguntarse: ¿sigue Simeone siendo la solución del Atlético?
Resultados sin alma, fútbol sin evolución
Que el equipo logre una plaza de Champions año tras año no puede seguir siendo el listón de la excelencia. Clasificarse tercero en una liga de tres no es hazaña, es trámite. Y al final, no queda ni el fútbol que enamora, ni el espíritu de resistencia que enamoró. Sólo queda la inercia.
El Atlético ha jugado como si solo supiera reaccionar, nunca proponer. Se arrastra contra equipos de media tabla, pero se enciende ante los gigantes. Vive de los duelos grandes como si fueran respiradores. El resto del tiempo, asfixia. No hay un sistema reconocible. No hay una idea que sobreviva más de tres partidos. Y el propio Simeone lo dijo con una frase que, en lugar de explicar, sentenció: “Es imposible competir con Madrid y Barça”.
Nadie se lo pide. Lo que se le exige es volver a hacer del Atlético un equipo feroz, incómodo, vivo. Como lo fue en 2012. Como lo fue cuando nadie apostaba por él y Simeone hizo del barro una fortaleza.

El confort de no tener que rendir cuentas
La falta de autocrítica se ha instalado en el vestuario, en la grada y en los despachos. Simeone se ha convertido en el símbolo de todo y de todos. Pero también en un escudo que amortigua cualquier crítica, diluye cualquier disidencia. La plantilla, además, no es tan mala como se quiere pintar. Y si lo fuera, nadie entra o sale sin el visto bueno del técnico. El discurso de víctima ya no sirve.
Mientras tanto, otros como Hansi Flick en el Barça han revitalizado un equipo sin apenas margen ni crédito. Llegó, limpió, ordenó y devolvió el hambre. Decidió con el balón, no con los galones. Apostó por los que tenían piernas y hambre. Eso mismo hizo Simeone hace trece años.
Pero ahora, el tiempo ha pasado, la fórmula se ha agotado y, lo que es peor, parece que nadie se atreve a abrir las ventanas. El vestuario huele a cerrado. Y sólo Simeone puede decidir si abre la puerta o si prefiere quedarse con el recuerdo de lo que una vez fue vendaval.