Sergio Ortuño se ha consolidado como pieza clave del Cádiz CF tras su destacada actuación frente al Eibar. Titular en el doble pivote junto a Diakité, el centrocampista mostró un rendimiento creciente que le valió elogios de Gaizka Garitano
Hay futbolistas que no necesitan pancartas ni marketing para hacerse notar, basta con que toquen el balón y el murmullo de la grada se transforma en aprobación. Sergio Ortuño ha entrado en esa categoría selecta en el Cádiz CF, después de su actuación frente al Eibar, donde su fútbol fue tan silencioso como decisivo. En un doble pivote junto a Moussa Diakité, su progresión durante el encuentro fue un ejemplo de cómo la constancia puede imponerse al estruendo.
Lo irónico del asunto es que quien más lo aplaudió fue Gaizka Garitano, el mismo entrenador que en otras jornadas había preferido su discreto rol desde el banquillo. “Ha hecho un partidazo”, concedió sin matices. Y mientras Diarra encontraba libertad para jugar más adelantado, Ortuño se encargaba de sostener los hilos invisibles del centro del campo. El Cádiz, un equipo acostumbrado a sobrevivir en la cuerda floja, por fin encontró una figura que equilibra la balanza entre músculo y criterio.
De menos a más: con oficio y paciencia
El partido mostró a un Ortuño que creció con el transcurso de los minutos, como una marejada que empieza tímida y termina arrasando la playa. Con más margen ofensivo que Diakité, no dudó en pisar el área rival y ofrecer líneas de pase que oxigenaron la salida amarilla. Nada espectacular a la vista, pero vital para un equipo que suele sufrir cuando el balón quema en los pies.
Él mismo lo resumió con naturalidad en rueda de prensa. “Intento ayudar a los compañeros, es mi tercer año en la categoría y hay situaciones que ya he vivido”. Ese matiz experiencia lo convierte en una voz autorizada dentro del vestuario. Lo curioso es que esa autoridad no se impone con gestos grandilocuentes, sino con la serena eficacia de quien sabe cuándo hablar y cuándo callar.
El toque de atención convertido en oportunidad
Antes de este resurgir, Ortuño había atravesado semanas grises, con minutos contados y la frustración de quien viene de ser capitán en el Eldense. En lugar de victimizarse, aceptó el reto como una llamada de alerta. “Nunca me había visto en esa situación, pero lo tomé como un toque de atención”, confesó. Ese giro de guion, tan común en la vida como en el fútbol, le ha dado un nuevo aire: el de un jugador dispuesto a ser imprescindible.
El Cádiz necesita justamente eso, un mediocentro que conjugue orden y temple, en contraste con perfiles más explosivos como Diarra, que piden libertad para desplegar energía. La misión de Garitano será orquestar esas diferencias y convertirlas en armonía. Y en ese puzzle de piezas imperfectas, Sergio Ortuño parece destinado a ser la bisagra que mantenga en pie la puerta del equipo. Una bisagra discreta, sí, pero sin la cual la casa se desplomaría al primer golpe de viento.