El Cádiz CF duda sobre Brian Ocampo tras su bajo compromiso en el derbi ante el Málaga, lo que genera malestar en la afición y en el proyecto de Garitano
El derbi frente al Málaga no solo dejó sudor y tensión, también un protagonista inesperado, Brian Ocampo. Lo que debía ser una prueba de fuego para mostrar garra, terminó en un recital de indiferencia. En un escenario donde se pedían piernas y coraje, el uruguayo ofreció apenas un eco lejano de entrega, como un gladiador que se presenta a la arena sin espada ni escudo. La grada, fiel juez y verdugo, lo notó de inmediato, la falta de compromiso pesa más que cualquier regate fallido.
El problema es que esta no es una anécdota aislada, sino un capítulo más de un historial incómodo. Ocampo carga con la etiqueta de futbolista prometedor, pero también con la sospecha constante de ser un pasajero en un barco que exige remeros. La temporada pasada ya quedó en evidencia que la plantilla necesitaba una purga, y aunque muchos se marcharon, él sobrevivió. Un indulto momentáneo, sí, pero que ahora parece más bien una prórroga de un desenlace inevitable.
Garitano y la paradoja del talento desaprovechado
Gaizka Garitano llegó al Cádiz CF con un discurso tan claro como inflexible, intensidad, físico y sacrificio. No se trataba de reinventar el fútbol, sino de volver a sus cimientos más ásperos y eficaces. Y, sin embargo, en ese plan minuciosamente tejido, Ocampo aparece como una nota disonante, un verso libre que ni rima ni encaja. El vídeo del minuto 64 en La Rosaleda se convirtió en prueba irrefutable, mientras sus compañeros corrían como si la camiseta pesara toneladas, él parecía correr como quien pasea un domingo por el parque.
La ironía es evidente, en un equipo que se alimenta de sacrificio, uno de los jugadores con más minutos es precisamente quien menos representa esa filosofía. La paciencia del técnico, como la de los hinchas, se desgasta jornada tras jornada. Y aunque Ocampo firmó dos goles, sus errores en entregas y pérdidas terminan neutralizando cualquier destello. Es como tener un diamante sin pulir que, en lugar de brillar, corta las manos de quien lo sostiene.
El juicio inapelable de la afición
El verdadero problema para el Cádiz no se juega en el césped, sino en la grada. La relación entre Ocampo y la hinchada se ha ido enfriando con la precisión de una vela que se apaga bajo el viento, primero dudas, luego reproches, ahora desconfianza. Cada partido suma una grieta en la paciencia del cadismo, que no está dispuesto a prolongar indulgencias eternas. El Nuevo Mirandilla, donde antes se esperaban aplausos, amenaza con recibirlo con silbidos.
La paradoja es cruel, lo que en su día se perfilaba como pilar del proyecto se ha convertido en un lastre emocional y deportivo. El club debe decidir si insiste en darle minutos a un jugador que camina por el filo de la indiferencia o si opta por dar paso a quienes esperan su turno con hambre y disciplina. Porque en el fútbol, como en la vida, no hay nada más difícil de recuperar que la confianza perdida.