El Barcelona afronta su visita al Newcastle con una estrategia especial diseñada por Hansi Flick para frenar a Nick Woltemade, la nueva amenaza ofensiva del conjunto inglés
En el ajedrez de la Champions League, los peones suelen ser los delanteros jóvenes que irrumpen con ímpetu y altura. Nick Woltemade, con su estampa de torre más que de alfil, ha irrumpido en la Premier como quien entra en una taberna y pide la mesa más grande sin preguntar. Hansi Flick lo sabe, para neutralizarlo no basta con la retórica de la posesión blaugrana, sino con un cambio táctico que roce lo quirúrgico. La decisión de reservar a Ronald Araújo no es un capricho, es un manifiesto. El uruguayo encarna esa mezcla de fiereza y disciplina que puede frenar al delantero alemán, como una presa de hormigón detiene un río crecido.
El viaje del Barcelona a Tyneside no es solo un desplazamiento geográfico, sino una incursión en territorio hostil. St James’ Park, con sus 52.000 voces, vibra como un tambor de guerra. Newcastle, consciente de que su mayor tesoro no se mide en millones sino en decibelios, confía en que el eco de su estadio haga tambalear las certezas culés. Lo que para unos es presión, para otros es oxígeno, mientras el Barça busca imponer calma, los ingleses alimentan la tormenta.
Las bajas que pesan y los fantasmas que regresan
El Barcelona aterriza con la autoestima inflada tras aquel 6-0 al Valencia, pero los fantasmas viajan ligeros de equipaje. Gavi y Balde, fuera por lesión, son ausencias que pesan más que un mal día de Lewandowski. A ellos se suma Lamine Yamal, retenido por una inoportuna molestia en la ingle. La alternativa es Raphinha, pero el brasileño arrastra la sombra de una sanción disciplinaria reciente: un jugador que brilla y se apaga con la misma facilidad con la que una cerilla ilumina una cueva.
En medio de esa incertidumbre, Roony Bardghji aparece como pieza secundaria, casi decorativa, en el engranaje de Flick. Tuvo minutos ante el Valencia, sí, pero sin dejar huella. Y sin embargo, la ironía del fútbol es que los nombres que parecen irrelevantes suelen escribir las páginas más inesperadas. El Barça llega debilitado, sí, pero también con la necesidad de que alguien, quizá un actor de reparto, se convierta en protagonista.

El pulso de dos estrategas
Flick lo ha dicho sin titubeos, espera un duelo de máxima exigencia. No es falsa modestia, es la consciencia de que cada error se pagará con la moneda más cara, la eliminación. Howe, por su parte, sonríe como quien tiene la ventaja de la localía y el recuerdo de haber tentado alguna vez a Raphinha y a Bardghji para vestir de negro y blanco. La ironía persiste, los jugadores que rechazaron a Newcastle ahora podrían ser decisivos para arruinarles la fiesta.
Todo parece alineado para que el partido trascienda los goles y se convierta en un enfrentamiento de ideas. Un Barcelona que busca la serenidad del control frente a un Newcastle que se alimenta de la tempestad. Es el choque eterno entre la razón alemana y la pasión inglesa, entre la disciplina de Flick y la intensidad de Howe. Y en medio, el fútbol, que como siempre, se encargará de reírse de todos los pronósticos.



