La victoria de España trajo elogios para Unai Simón, pero el silencio de De la Fuente sobre Joan García ha encendido la indignación en el Espanyol por su impacto deportivo y económico
Luis de la Fuente no alzó la voz, pero su frase retumbó como un aldabonazo en el alma del vestuario, “Unai ha sido maltratado por muchos y no lo merecía”. En tiempos de euforia, lo verdaderamente valiente es recordar las cicatrices. El seleccionador nacional no solo celebró la milagrosa victoria de España sobre Francia en la UEFA Nations League 5-4 en una montaña rusa emocional, también aprovechó el foco para rescatar a uno de los suyos del barro del descrédito público. Unai Simón, portero de silencios largos y reflejos aún más veloces, fue reivindicado no con números, sino con gratitud.
Pero tan revelador como lo que se dice, es lo que se omite. En medio del homenaje verbal a Unai, De la Fuente dejó fuera un nombre que en Cornellà resuena con fuerza, Joan García. Ni una mención, ni un guiño. Solo un “tenemos tres porteros inmensos” como comodín diplomático. El silencio, en este caso, no fue neutral. Fue una respuesta encubierta, una sentencia implícita que el entorno del Espanyol leyó como doble castigo, ni convocatoria ni oportunidad de valorización. A veces, el mayor desprecio no es el ataque, sino la indiferencia.

Millones que se esfuman entre guantes sin estrenar
La omisión no solo escuece en lo emocional. También duele en el bolsillo. El contrato de Joan García incluía una cláusula que se habría inflado cinco millones de 25 a 30 en caso de ser llamado a la selección absoluta. Con el FC Barcelona acechando como gato sigiloso frente a una pecera abierta, el Espanyol pierde una bonificación decisiva que habría reforzado sus frágiles finanzas. La jugada se les fue como agua entre los dedos, y no por falta de talento bajo palos, sino por una llamada que nunca llegó.
En el entorno blanquiazul, el disgusto es tan silencioso como denso. No hay comunicados, pero sí resignación. Como si en un tablero de ajedrez donde siempre juegan los mismos, el Espanyol solo tuviera fichas de peón. La operación, que pudo ser redonda, será apenas suficiente. La exclusión de Joan limita su proyección, empaña su cotización y arrastra al club a una venta sin plusvalía. Todo por una decisión técnica que, quizá, tuvo más de política que de táctica.
El portero que espera mientras el tren ya pita
A sus 24 años, Joan García no necesita promesas, su temporada ya habló por él. Fue un muro cuando el Espanyol más lo necesitó, y una figura que, sin hacer ruido, se fue ganando titulares y respeto. Incluso desde Madrid, medios afines a la Federación deslizan que su nombre está en los planes a futuro, pensando ya en el Mundial 2026. Pero en fútbol, el futuro es una entelequia, un oasis que a menudo se desvanece antes de tocarlo. La afición perica lo sabe, lo de Joan no fue olvido, fue aplazamiento. Y en este deporte, aplazar a veces es perder.
Ahora, con el Barça ultimando su fichaje y el Espanyol viendo cómo el reloj le roba dinero y prestigio, solo queda una certeza, Joan valía más ayer que hoy. Su silencio ese que a veces grita más que cien declaraciones habla de una madurez prematura, o de una decepción contenida. Y aunque su destino parece escrito en mayúsculas azulgranas, queda la sensación amarga de que, por una vez, ser bueno no bastó. Ni para estar en la foto, ni para elevar su precio.