Rodrigo Mendoza vive el mejor momento de su joven carrera. A sus 20 años, se ha consolidado como pieza clave del Elche, suma convocatorias con la selección española y reafirma su compromiso con el club
Rodrigo Mendoza vive a los 20 años lo que muchos futbolistas jamás llegan a experimentar en toda una carrera, la certeza de ser importante. Mientras otros de su edad aún pelean por minutos en filiales, él ya se ha convertido en pieza clave del Elche, titular indiscutible y, de paso, goleador en Primera División. La paradoja es clara, un chico que aún podría estar estudiando en la universidad se ha ganado, con la misma naturalidad con la que otros aprueban un examen de historia, un lugar en la élite del fútbol español.
Su trayectoria reciente parece escrita con la pluma caprichosa del destino, convocado con la sub-21 para enfrentar a Chipre y Kosovo, invitado a entrenar con la absoluta de Luis de la Fuente, y llamado por la sub-20 para disputar el Mundial de Chile. Lo que para cualquier jugador sería un cúmulo de sueños, para Mendoza se ha convertido en rutina. Aunque, como él mismo admite, todo ha sido “un torbellino”, procura tratarlo con normalidad, como si la fama le rozara sin despeinarlo.
Una temporada de vértigo y madurez
En declaraciones a Onda Cero, Mendoza reconoce que su entorno está “flipando” con todo lo que ocurre. Y no es para menos, de promesa emergente ha pasado a referente inmediato, en apenas un puñado de meses. Esa rapidez puede resultar vertiginosa, como quien sube a una montaña rusa sin tiempo de abrocharse el cinturón, pero él lo asume con una serenidad sorprendente. Entre bromas de compañeros y rumores de fichajes, su respuesta fue tajante, renovar hasta 2028 con el Elche, blindarse con una cláusula mayor y desterrar la idea de abandonar el club. Ni Real Madrid ni Como pudieron competir contra una convicción más fuerte que cualquier cheque, quedarse en casa.
Lo curioso es que este presente brillante nació en un pasado no tan cómodo. Mendoza alternó titularidades y suplencias bajo Beccacece y Sarabia, experimentando la frustración de quien ve a “dos jugadores en su posición que se estaban saliendo”. En lugar de rendirse, convirtió esa incomodidad en gasolina. La ironía del deporte es que el éxito se cocina en los días grises, y Rodri, con paciencia de relojero, entendió que las dificultades no eran un castigo, sino un entrenamiento invisible.
Compromiso con el Elche y sueños con los pies en la tierra
Cuando se le pregunta qué sueño le queda pendiente, su respuesta desarma por su sencillez. “No hay nada que me haga más ilusión que triunfar aquí”. En tiempos donde las jóvenes promesas suelen mirar de reojo a los grandes contratos, Mendoza elige el camino menos glamuroso y más complejo, el de la fidelidad. No quiere ser una nota al pie en la historia de un gigante, sino un capítulo entero en la del Elche. Una elección que parece romántica, pero que en realidad es profundamente práctica, nada alimenta más la confianza que jugar donde uno es imprescindible.
Entre la afición franjiverde, ya se le señala como el sucesor natural de Nico, aunque él insiste en recordar que “cada jugador es diferente”. Consciente de que el fútbol es tan efímero como un atardecer de verano, mantiene la prudencia. “Esto es muy largo y vendrán rachas malas”. Y ahí aparece Sarabia, el entrenador que le dio confianza y minutos, convertido en su brújula dentro del vestuario. Al final, Mendoza es la encarnación de una verdad incómoda pero luminosa, la madurez no llega con los años, sino con la forma de sostener el peso de las oportunidades.