Joao Félix vive un momento decisivo en su carrera. Tras varios intentos fallidos por consolidarse en clubes de primer nivel como Chelsea, Barcelona o Milan, el delantero portugués vuelve a mirar hacia casa
João Félix era un destello en la noche lisboeta, una joya luminosa en el escaparate europeo. Pero desde que dejó Da Luz, su carrera ha sido una novela de capítulos inconexos, cesiones fugaces, goles escasos y una sensación persistente de “esto no era lo que esperábamos”. En el Milan, apenas 936 minutos repartidos en 20 partidos fueron suficientes para que los rossoneri decidieran no ejercer opción de compra. La relación se evaporó lentamente, como esas promesas de verano que se disuelven con el primer viento de otoño.
En Chelsea la historia fue parecida, aunque con más ceros en la inversión y menos certezas en el campo. Setenta y dos millones de razones para ilusionarse y solo siete goles cuatro en Conference League, que no es precisamente el escaparate de la gloria. Félix parecía un actor secundario en su propio biopic, presente, sí, pero sin guion relevante. Ni en Stamford Bridge ni en San Siro encontró el protagonismo que su talento, o al menos su precio, prometía. El fútbol europeo, ese monstruo impaciente, ya no espera por nadie.

Da Luz: más que un estadio, un refugio
Ahora, a los 25 años, João regresa al lugar donde alguna vez fue leyenda y no promesa. El Benfica le tiende la mano, no con nostalgia, sino con pragmatismo y cierta fe romántica. Participarán en el próximo Mundial de Clubes y necesitan pólvora arriba. Si las condiciones se alinean, el club lisboeta podría ser no solo su nueva casa, sino su última oportunidad real de reconstrucción. Como esas novelas que se salvan en el epílogo, Félix podría escribir el suyo en el mismo escenario donde debutó con fuegos artificiales.
El componente emocional, además, ya juega su partido. Su hermano, Hugo Félix, ha debutado con el primer equipo y ha confesado su sueño de jugar a su lado. Una frase inocente, tal vez, pero con el poder de un himno. En un fútbol cada vez más desarraigado, la imagen de dos hermanos compartiendo vestuario en el club de su infancia es tan poderosa como una victoria épica. João no solo podría recuperar su juego en Lisboa; también podría recuperar su identidad, aquello que se quedó en la maleta la primera vez que salió de casa.
Europa aún espera: pero con condiciones
Portugal observa con una mezcla de compasión y expectativa. ¿Volver al Benfica? Una herejía para algunos, una redención para otros. André Geraldes, ex del Sporting, no duda. “Arabia no es el camino, aún tiene fútbol para Europa”. En una época en que muchos huyen hacia contratos exóticos como quien se escapa de la verdad, Félix parece preferir la incomodidad de la élite a la comodidad del olvido. Y eso, por contradictorio que parezca, ya es una forma de esperanza.
Ni Wolverhampton ni Galatasaray logran ofrecer lo que Lisboa le promete: minutos, afecto, contexto. João Félix está lejos de ser el chico de 127 millones, pero quizá esa etiqueta era su condena, no su carta de presentación. A veces, para avanzar, hay que saber retroceder con elegancia. Y si el Benfica lo recibe con los brazos abiertos, será porque en casa y solo en casa uno puede volver a ser quien era, o al menos, quien quiso ser.