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Luis Enrique lanza un gran anuncio tras ganar la Champions

Tras conquistar la Champions con una goleada histórica, Luis Enrique no solo celebró el título, sino que aprovechó el momento para defender con firmeza el modelo deportivo del PSG

Luis Enrique acaba de levantar la orejona con la naturalidad de quien recoge los frutos de una siembra silenciosa. En lugar de perderse en la euforia de un 5-0 categórico frente al Inter de Milán, eligió detenerse en lo esencial, su visión de futuro. Mientras otros técnicos habrían convertido la rueda de prensa en una celebración ególatra, él la convirtió en un manifiesto. Habló de João Neves, Désiré Doué y Willian Pacho como quien presenta a los pilares de un templo aún en construcción. La Champions, decía entre líneas, no es el destino, sino el andén desde el que despega el proyecto.

El elogio a sus jóvenes no fue cortesía ni protocolo. Fue una declaración de principios. “Ponerlos a jugar en un club como el PSG no es fácil”, dijo con esa media sonrisa que suele esconder más satisfacción que humildad. Y sin embargo, esos chicos recién llegados y ya fundamentales no solo jugaron, sino que brillaron como si hubieran nacido en el Parque de los Príncipes. En un mundo donde los clubes fichan estrellas como quien colecciona cromos, el PSG apostó por la personalidad antes que por la fama. Una decisión temeraria o simplemente lúcida.

Luis Enrique
El PSG ha virado hacia una política más estructurada: incorporar talento emergente con potencial a largo plazo

Juventud con nervio, victoria con idea

Hay algo casi herético en ganar la Champions y hablar de formación. Pero eso hizo Luis Enrique. Para él, el verdadero mérito no fue golear, sino edificar. Este PSG ya no es una pasarela de individualidades caprichosas, es una comunidad de jóvenes con hambre y sentido del deber. La antítesis no puede ser más feroz: el club de los cheques infinitos convertido en escuela de talento. Como si el jeque hubiese cambiado el oro por paciencia, y el resultado fuera aún más brillante.

“Dimos una lección defensiva”, dijo el técnico, como si hablar de táctica después de cinco goles fuera una provocación refinada. Pero en realidad, lo que describía era una simbiosis, talento y disciplina, juventud y madurez. El PSG no ganó solo por los pies, sino por la cabeza. En un fútbol donde lo urgente suele devorar lo importante, esta final se ganó también en lo simbólico. El trofeo que levantaron fue, más que metálico, pedagógico, una lección de cómo ganar sin perder el alma.

Dembélé: el veterano que juega con el fuego de un novato

Y entre tanto joven prometedor, brilló un veterano que, curiosamente, nunca dejó de parecer un chico impredecible. Ousmane Dembélé fue el sol en un cielo sin nubes. Luis Enrique, que nunca regala adjetivos, lo puso en órbita, candidato al Balón de Oro. No por marketing, ni por goles, sino por lo que no se mide en estadísticas, entrega, liderazgo, inspiración. Un jugador que, en lugar de envejecer, se depura. Como un vino que no se oxida, sino que muta en el paladar.

El entrenador lo dijo sin rodeos, “Lo que hizo esta temporada fue ejemplar”. Y esa palabra ejemplar no es casual. El PSG quiere que sus triunfos sean algo más que efímeros titulares; quiere que sean modelos. El modelo Dembélé, el modelo Doué, el modelo de un club que por fin se parece a una idea. El PSG, tan acusado de ser un gigante hueco, comienza a tener alma. Y como ocurre con las almas verdaderas, no se construyen de un día para otro, se fraguan en el tiempo, el riesgo y el juego.

Carlos Vicente Alavés