Navarro se despide del Mallorca en silencio, sin estridencias pero con la melancolía de lo inconcluso. Llegó como promesa, se va como incógnita. Su futuro apunta al Athletic, mientras en Son Moix hacen cuentas con las sombras
No todas las despedidas necesitan trompetas ni pañuelos agitados al viento. Algunas, como la de Robert Navarro en el Mallorca, se marchan por la puerta de atrás, silbando bajo y mirando el suelo. El extremo catalán, que llegó envuelto en papel de regalo y promesas, cierra su etapa en la isla tras una temporada en la que brilló a ratos y se apagó en los momentos clave. Su zurda, tan prometedora como una primavera en flor, terminó marchitándose entre lesiones y ausencias sin explicación del todo convincente.
El fútbol, ese viejo prestidigitador de ilusiones, no perdona ni a los talentos más pulcros cuando no hay continuidad. En los pasillos de Son Moix se habla de Navarro con una mezcla de resignación y fastidio, como quien recuerda un libro que empezó bien pero quedó a medias por culpa de páginas arrancadas. Las expectativas eran altas; la realidad, más terrenal. Jugó 25 partidos, sí, pero su presencia tras el parón invernal fue tan etérea como un espejismo en medio del desierto balear.

De promesa a interrogante: sombras alargadas en Son Moix
La segunda vuelta de la temporada fue el telón que cayó, lentamente, sobre la ilusión que alguna vez representó Navarro. El cuerpo técnico, sin disfrazar la decepción, señala con sutileza que el jugador no estuvo a la altura cuando el equipo más lo necesitaba. No hubo reproches públicos ni escándalos de vestuario, pero el mensaje fue claro, cuando se apagaron las luces, Navarro no tenía linterna. La antítesis entre su talento incuestionable y su rendimiento inconsistente se volvió una carga que ni él ni el equipo supieron llevar.
Y mientras el Mallorca se despedía de Europa como quien se despide de un tren que partió sin esperar, Navarro observaba desde el andén, cojeando entre dudas y promesas incumplidas. El técnico Jagoba Arrasate, que tampoco vivió su mejor curso, nunca logró reactivar al joven atacante, y la sensación que queda es la de una oportunidad desperdiciada. Como un vino que prometía cosecha dorada y terminó siendo agrio, Navarro se marcha con el sabor agridulce de lo que pudo ser y no fue.
San Mamés: una nueva estación en el mapa de lo posible
Ahora, el Athletic Club aparece en su horizonte como ese tío pragmático que recoge lo que otros desechan, sabiendo que a veces los restos esconden tesoros. Navarro llegaría libre, sin ataduras contractuales que entorpezcan el movimiento, y con el atractivo de un talento que aún puede florecer bajo la mirada serena de Ernesto Valverde. En Bilbao no buscan milagros, sino piezas útiles; y Navarro, si consigue quitarse el polvo, podría ser justo eso, un engranaje fino en una máquina que premia el compromiso por encima del espectáculo.
Mientras tanto, en Palma, Pablo Ortells ya afila el bisturí para reconstruir la plantilla. Con Larin, Maffeo y otros nombres preparando las maletas, la salida de Navarro es apenas una parte de un proceso más amplio. El Mallorca necesita reconfigurar su alma, no solo su once inicial. El fútbol, como la vida, se reinventa cada verano. Y aunque Robert Navarro se va sin honores ni rencores, lo cierto es que a veces el silencio también tiene forma de epitafio.