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La trayectoria de Xabi Alonso como entrenador al detalle

Xabi Alonso no gritó, planificó. Mientras otros entrenadores fichaban estrellas, él construía estructuras. Su verano fue silencioso, pero lleno de intención

Antes de ser el estratega que pone a temblar a Europa, Xabi Alonso fue algo más revolucionario, un maestro de escuela futbolística. Su elección por el banquillo del Infantil A del Real Madrid no fue un paso atrás, sino un paso hacia adentro. Mientras otros se embriagaban de focos, él prefería la tiza y la pizarra. Allí, en campos sin gradas y con balones que votaban raro, moldeó no solo sistemas de juego, sino vínculos que hablaban más de humanidad que de táctica. Superó a Raúl y a Xavi en su promoción como entrenador. No por carisma o títulos, sino por visión.

El Sanse fue su primera declaración de madurez. En un filial donde el brillo está prohibido por norma, subió a Segunda sin una sola figura. Y cuando descendió, lo hizo dejando una idea viva, que a menudo vale más que una categoría. Su juego era una navaja suiza, atacaba como un violinista inspirado y defendía como un obrero con casco. El 3-4-3 mutaba en 4-3-3 con la misma fluidez con la que un buen narrador cambia de tono. Xabi entendió que entrenar no es solo ganar, sino sobrevivir sin perder el alma.

Xabi Alonso
Donde comenzó su leyenda. Ahora empieza la parte más difícil

Bayer Leverkusen: alquimia de lo imposible

Cuando aterrizó en Leverkusen, el equipo era una ruina con wifi. Estaban en el puesto 17, con el agua al cuello y el juego en coma. Pero Alonso, fiel a su naturaleza, no trajo milagros, sino método. Apostó por el 3-4-2-1, esa formación que parece un puzzle y funciona como un reloj. Frimpong y Diaby se convirtieron en cuchillas en las bandas, y con una fe que ni los más devotos, logró meterlos en Europa. La caída ante la Roma en la Europa League fue su segunda gran decepción pero también su bienvenida a la élite.

En su segunda temporada, rozó el Olimpo con la punta de los dedos. Ganó la Bundesliga sin estrellas, invicto en 51 partidos y con una humildad insultante. El Atalanta ese martillo táctico lo bajó de la nube en la final europea. Pero como el Leicester de Ranieri o el Oporto de Mourinho, su Leverkusen quedó en el recuerdo, no por lo que ganó, sino por lo que significó. Un equipo que jugaba como si la estética fuera un deber moral. Una sinfonía que hizo bailar incluso a los escépticos.

Xabi Alonso: de aprendiz a arquitecto del destino

La última campaña en Alemania fue menos épica, pero más respetada. Cayó ante el Bayern en Champions y terminó segundo en Liga, sí, pero no perdió ni un solo partido fuera de casa durante dos años. Eso no lo hace cualquiera, ni siquiera los de siempre. El Leverkusen no era invencible, pero sí irrepetible. Le dedicaron una calle, como a los héroes antiguos. No hubo reproches, solo gratitud. Su salida no fue un portazo, fue un aplauso que no acababa.

Ahora le toca escalar el Everest, dirigir al club más exigente del mundo. Donde ganar es rutina y perder es pecado. Pero si algo ha demostrado Alonso es que no entrena equipos, sino mentalidades. Su libreta no tiene líneas, tiene coordenadas de epopeyas. Está por ver si triunfa, pero una cosa es segura, donde otros ven presión, él ve posibilidad. Porque hay entrenadores que trazan estrategias, y otros muy pocos que dibujan destino.

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