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Adiós a La Romareda alma zaragocista

El estadio que no solo albergó partidos, sino vidas

No todos los adioses se gritan. Algunos se susurran entre los escalones vacíos de un estadio que empieza a despedirse incluso antes de que suene el pitido final. Este domingo, el Real Zaragoza jugará su último partido en La Romareda. Y aunque el balón siga rodando, será el corazón el que detenga el tiempo.

Porque lo que se va no es solo un estadio. Se va una parte de Zaragoza. Se va un lugar que supo ser ruido, refugio y hogar. Se va un testigo mudo de gestas y derrotas, de padres e hijos que aprendieron a quererse mirando hacia el mismo césped. La Romareda no es un campo. Es una herida dulce que ha sangrado goles y gloria durante casi siete décadas.

Un coliseo donde habita la memoria

Inaugurada en 1957, La Romareda ha visto 1.476 partidos oficiales del Zaragoza. Casi 2.700 goles a favor. Más de 800 victorias. Pero esos números, por impresionantes que sean, apenas rozan su verdadero legado. Lo que de verdad importa no cabe en una estadística: está en el eco de un rugido colectivo, en la taquicardia previa a un penalti, en el silencio que sigue a una derrota injusta.

Aquí se ganó Europa con las botas de Nayim. Aquí se lloró un descenso como si fuera una pérdida familiar. Aquí se vio a Milito rematar con la furia del sur y a Villa levantar al estadio con una finta mínima. Aquí se escuchó el viejo himno, desafinado pero sincero, como una oración dominguera.

Zaragoza Ibiza
Afición zaragocista en La Romareda

Entre el Mundial y el polvo

La Romareda fue Mundial en 1982. Fue sede de finales. Fue escenario para Maradona, para Raúl, para Xavi. Pero fue sobre todo el hábitat natural de esa raza singular de jugadores que no nacen en los videojuegos, sino en la fidelidad silenciosa del fútbol de provincias: Pardeza, Cani, Herrera, Galletti, Esnáider…

Y sin embargo, como todo lo que envejece sin que nadie lo cuide, fue volviéndose gris. En los últimos años, con la Segunda División como telón de fondo, las gradas se llenaban más de nostalgia que de esperanza. Los partidos se contaban, pero ya no se vivían igual. Y el cemento, cansado, empezó a pedir descanso.

Un estadio que enseñó a sentir

El nuevo campo llegará. Más moderno, más cómodo, más rentable. Eso dicen. Pero no tendrá el alma de esta mole imperfecta que enseñó a una ciudad entera a vivir el fútbol como si le fuera la vida en ello. Porque La Romareda no fue solo escenario: fue personaje. Fue protagonista. Fue ese rincón donde todo parecía posible, incluso cuando no lo era.

Se va el lugar donde muchos conocieron el amor, la rabia, la infancia. Donde se celebraron goles con desconocidos que hoy ya no están. Donde el frío dolía menos porque la camiseta pesaba más.

Una despedida sin olvido

Este domingo no se juega un partido: se celebra un funeral laico con ecos de celebración. Se dirá adiós con cánticos, con lágrimas, con abrazos que no entienden de resultados. Y se marchará La Romareda como vivió: en pie, orgullosa, sabia. Con grietas en sus muros, pero invencible en la memoria.

Gracias, vieja amiga. Por todo. Por tanto. Por ser casa cuando el mundo afuera era hostil. Por enseñarnos que el fútbol es mucho más que fútbol. Es pertenencia, es arraigo, es historia compartida.

Lo que viene será nuevo. Pero nunca será igual.

Real Zaragoza dirección deportiva