El jugador del Athletic, cedido en el Real Zaragoza, vive su mejor momento tras reencontrarse con el fútbol… y con la gente
Adu Ares ha aprendido a hablar con los pies. Tras unos meses complicados en Zaragoza, marcados por la desconfianza y un par de gestos desafortunados que le pusieron en la diana del enfado popular, el joven cedido por el Athletic Club ha empezado a relanzar su historia en La Romareda. Y lo hace como mejor se puede hacer: jugando, rindiendo y, sobre todo, entendiendo el lugar que ocupa.
No todos los jóvenes talentos sobreviven a su primera salida de casa. Pero Adu, que llegó con la ilusión de quien ha debutado en San Mamés, se estrelló pronto contra la realidad. El Zaragoza se caía y, con Miguel Ángel Ramírez al mando, su fútbol se diluía en el desconcierto general. Los minutos no llegaban, el juego no fluía y su relación con la grada se tensó tras algunos gestos fuera de lugar. Fue un choque cultural. Y emocional.
Gabi Fernández, el punto de inflexión
El cambio de técnico fue el cambio de vida. Con Gabi Fernández al frente del banquillo, Adu Ares ha renacido. Ha pasado de la periferia del vestuario al corazón del plan. De los rumores de regreso prematuro a titularidades con gol. Y no cualquier gol: su tanto en la jornada 38 valió media permanencia. En Ferrol no sólo marcó, también se abrazó con sus compañeros y alzó la vista. Como si entendiera, por fin, lo que significa jugar en el Zaragoza.
“Es la primera vez que salgo de mi zona de confort y al principio me costó”, reconocía recientemente, con una sinceridad que lo humaniza. “Ahora me siento muy bien. Me he ido adaptando. Lo importante fue el equipo, los tres puntos. Yo solo quiero devolver al míster la confianza”.

Un delantero que ya no se esconde
Gabi Fernández no ha dudado en elogiarle:
“No le he regalado nada, pero le tengo mucha confianza. Nos da muchísimas variantes. Ha dado un paso al frente”.
Y se nota. Porque Adu no solo suma minutos, también suma opciones. Puede actuar por banda, como segundo punta, o entre líneas. Tiene chispa, velocidad, y lo que es más valioso en este tramo final de temporada: intención. El joven delantero ya no juega para agradar. Juega para sumar.
¿Y el Athletic?
El 30 de junio, salvo giro, regresará a Bilbao. Y lo hará distinto. Más hecho, más maduro. Con cicatrices, sí, pero también con respuestas. La cesión no ha sido idílica, pero ha sido formativa. En Zaragoza ha entendido qué exige el profesionalismo de verdad, ese que no siempre espera a que uno esté cómodo.
Y el Athletic, que sigue muy de cerca su progresión, sabe que ha ganado algo más que un jugador en forma: ha recuperado a un chico con hambre, con recorrido… y con historia.