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Orlegi pierde el favor de los sportinguistas

Cuando la propiedad es extranjera pero el desencanto es de aquí de toda la vida

En 2022, Gijón se abrió al mundo. O al menos eso le dijeron. El grupo Orlegi aterrizó desde México con promesas de modernidad, inversión y “modelo integral”. Tres años después, solo queda una certeza: modernizaron la frustración. La internacionalizaron.

Lo que debía ser el punto de inflexión ha terminado siendo un punto final para la paciencia del sportinguismo. No hay resultados, no hay rumbo, y lo que es peor: no hay arraigo. Porque se puede perder partidos, incluso temporadas… pero cuando se pierde el alma, todo lo demás es ruido.

Una plantilla sin gol ni propósito

El Sporting de Gijón, ese club que vivía del orgullo y los chavales de Mareo, hoy vive del recuerdo. Y ni siquiera eso se gestiona bien. Bajo la gestión de Orlegi, la plantilla ha pasado de esperanzadora a experimental, y de ahí a directamente irrelevante. Jugadores que vienen, se van o se diluyen. Ventas precipitadas, como la de Pedro Díaz, que dejó más preguntas que millones. Y fichajes que parecen elegidos por una IA sin wifi.

La inversión prometida parece una leyenda oral. Se hablaba de estructura, de profesionalización, de una visión global. Lo que ha llegado es un Excel sin alma y decisiones que huelen más a improvisación que a estrategia. En el campo, cada partido parece una excusa para sobrevivir hasta el lunes. Y en el palco, nadie responde.

Mareo ya no sueña: sobrevive

Y si hay un termómetro emocional del club, ese es Mareo. El vivero que alguna vez fue símbolo de esperanza y talento hoy es solo una silueta. Un espacio sin plan ni proyecto. En vez de ser fuente de orgullo, se ha convertido en recordatorio constante de lo que el Sporting fue… y de lo lejos que está de volver a serlo.

La cantera, abandonada a su suerte, ya no produce jugadores con sello. Produce sombras. Y cuando hasta los niños dejan de soñar con vestir la rojiblanca, es que algo se ha roto más allá del césped.

EGD Sporting
España será una de las anfitrionas para el Mundial FIFA 2030 y el Sporting de Gijón quiere colocar al Molinón dentro de la fiesta.

El divorcio con la grada ya es oficial

Y luego está lo más grave. Lo irreparable. El deterioro del vínculo con la gente. Porque si hay algo que define a este club es su afición. Una hinchada capaz de llenar El Molinón con frío, con lluvia y con resultados infames… pero no con desprecio. La gestión de Orlegi ha logrado lo que parecía imposible: que la grada se sienta extranjera en su casa.

Abonos al alza, comunicación al mínimo, decisiones que se toman lejos y se explican mal cuando se explican. Una propiedad que habla de “proyectos”, pero no pisa el barro. Ni el césped. Ni la historia. Ni la calle. Gijón se siente utilizada, como una marca más en una hoja de cálculo.

Gijón no se alquila

El modelo Orlegi quizás funcione en otras latitudes, con otros públicos, con otros escudos. Aquí, no. Aquí hay memoria, hay orgullo, hay arraigo. Aquí se perdona perder, pero no olvidar quién eres. Y ellos han olvidado desde el primer día.

Se presentaron como el futuro. Hoy representan un presente sin afecto ni propósito. El sportinguismo pide algo muy sencillo: que alguien se atreva a querer al club como se merece. Y si no pueden hacerlo, que se aparten.

Gijón no necesita más discursos. Necesita respeto. Y a estas alturas, respetar también es saber marcharse.

Grupo Orlegi Sporting