El mercado de pilotos en Fórmula 1 vuelve a girar en torno a Sergio “Checo” Pérez. Tras su turbulenta etapa en Red Bull, el mexicano explora nuevos destinos con la mirada puesta en 2026. Alpine y Cadillac ya escuchan con atención su nombre
Sergio Pérez vuelve a estar en el centro de la danza incesante de nombres, contratos y rumores que es el mercado de pilotos de Fórmula 1. Pero esta vez lo hace sin el estruendo mediático de su paso por Red Bull. Más que un adiós, parece un silencio calculado, el del corredor que toma aire antes de volver al asfalto con fuerza renovada. Mientras la categoría reina se encamina hacia una metamorfosis en 2026, Checo emerge como ese veterano que aún tiene pólvora seca, y quizá, algo que demostrar o redimir.
El nombre de Alpine aparece como posible destino, y no es un rumor cualquiera. Es la señal de que hay escuderías que todavía creen en los artesanos del volante, en los que saben domar un coche con la misma intuición con que un chef sazona sin mirar la receta. Pérez no solo aporta victorias, aporta mercado, habla idiomas los del paddock y los del patrocinador y eso, en esta F1 postmoderna, vale tanto como un podio.

Red Bull: el peso de la sombra y la levedad de los hechos
El ocaso de su ciclo con Red Bull fue menos crepitoso que predecible. Max Verstappen corrió como si tuviera fuego en las ruedas y hielo en las venas, mientras Pérez parecía quedar atrapado en una fórmula que no era la suya. El triple de puntos separándolos no fue una brecha, fue un abismo. Y sin embargo, en ese descenso también había una paradoja: Liam Lawson, supuesto heredero, tampoco brilló. ¿Entonces, era el coche? ¿Era el ambiente? ¿O simplemente era Verstappen, ese monstruo gentil que devora compañeros?
Esa es la nueva narrativa que empieza a emerger, apoyada incluso por voces como la de Mario Andretti. “La perspectiva mejora cuando ves lo que vino después”, dice, y la frase suena casi como un epitafio para los juicios precipitados. Tal vez Red Bull fue un espejo deformante para Checo. Y tal vez Alpine ve más allá de ese reflejo distorsionado.
Cadillac: promesas a medio ensamblar y relojes sin manecillas
La entrada de Cadillac a la F1 debía ser una épica norteamericana, una historia de industria y velocidad. Pero como todo buen relato, ha empezado con dudas. Colton Herta, la gran esperanza yanqui, tropieza con esa barrera abstracta llamada “Superlicencia”. Y entre cálculos burocráticos y expectativas frustradas, el proyecto necesita algo más que nacionalismo, necesita certeza.
Ahí entra Pérez como ese comodín que no solo suma puntos, sino también credibilidad. Como un piloto que ha visto tanto que ya no necesita probar nada, pero que aún puede entregar mucho. En un mercado donde la indecisión es la norma y el timing lo es todo, su nombre flota con la resiliencia de quien sabe esperar su momento sin desesperar. Si la F1 es un juego de ajedrez sobre ruedas, Checo se está moviendo como un caballo: en silencio, en zigzag y directo al corazón del tablero.