A veces, la solución no está en correr más rápido, sino en desgastar más despacio. Aston Martin ha descubierto que, para sobrevivir en la parrilla de 2025, la clave no es la potencia bruta, sino el arte sutil de preparar las gomas
En un deporte donde la innovación suele vestirse de vanguardia futurista, Aston Martin ha optado por un ritual casi doméstico, calentar neumáticos y luego dejarlos reposar, como quien precocina la cena del domingo para que no se queme en plena velada. El llamado scrubbing, lejos de ser un secreto militar, es una maniobra de desgaste calculado. Y, sin embargo, este viejo truco ha cobrado protagonismo como si fuera magia negra. Lo que antes era un detalle de rutina, ahora es un salvavidas para un coche que, en línea recta, parece arrastrar un piano de cola.
El AMR25, condenado por su propia aerodinámica, ha obligado a sus ingenieros a pensar como poetas barrocos, el ornamento técnico ya no es suficiente, hace falta sustancia. Porque si se busca velocidad, los neumáticos se deshacen como helado al sol. Y si se busca durabilidad, se sacrifica el ritmo. De ahí la astucia de preparar las gomas en entrenamientos, como si fueran soldados listos para una guerra lenta. El resultado, menos explosividad, más resistencia. Menos chispa, más constancia.

La ciencia del brillo perdido y la filosofía Matsuzaki
Jun Matsuzaki, artífice de esta coreografía, no es un revolucionario, pero sí un hereje meticuloso. Su historial roza la leyenda urbana, en 2013 descubrió que montar neumáticos al revés podía mejorar el rendimiento. Hoy, en un deporte que penaliza la disidencia, su pensamiento lateral es oro molido. Su scrubbing no busca velocidad, sino equilibrio. Y en un coche con alma de promesa frustrada, eso es casi una victoria.
El brillo superficial de los neumáticos ese lustre de novedad que todos admiran es lo primero que se sacrifica. En su lugar, aparece una piel curtida, menos glamorosa, pero más confiable. Como un guerrero con cicatrices, estas gomas saben sufrir. El graining, ese enemigo invisible que desgarra las ruedas desde dentro, se vuelve menos feroz. ¿El precio? Un agarre inicial más tímido. ¿El beneficio? Una carrera con menos sobresaltos. Aston Martin no vuela, pero tampoco se deshace.
De promesas sin promesa a estrategias que maquillan la realidad
Mike Krack, siempre correcto, deja frases que suenan a confesión encubierta. “Los neumáticos nuevos en clasificación enmascaran muchos problemas”. Lo dice con la resignación de quien aplica maquillaje sabiendo que debajo hay ojeras insondables. El AMR25 es rápido cuando brilla por fuera, pero la resistencia está en el interior. La diferencia entre sábado y domingo es, en esencia, una metáfora de este equipo, potente en apariencia, frágil en fondo.
Fernando Alonso, en cambio, no se deja llevar por el histrionismo. “Sabemos lo que está pasando”, dice con la misma calma con la que un médico revela que el diagnóstico ya está claro, pero el tratamiento aún no. El scrubbing es un parche, funcional, ingenioso, pero temporal. Porque el verdadero enemigo no está en las gomas, sino en el concepto mismo del coche. Mientras los rivales evolucionan como organismos vivos, Aston Martin parece empeñado en domesticar su herida. Y aunque la estrategia suavice el dolor, no lo cura. No todavía.