Cuando la moda no entiende de poles
Fernando Alonso ha domado monoplazas a más de 300 por hora, ha ganado Mundiales y ha vuelto del retiro como quien se quita el casco para tomar aire. Pero esta vez no ha podido. Su marca personal de moda urbana, Kimoa, entra en concurso de acreedores después de ocho años de curva lenta y derrape silencioso. Y lo hace como lo hacen tantas cosas en el capitalismo cool: sin explotar, pero desinflándose con una elegancia que apenas esconde la frustración.
Kimoa nació en 2017 como una extensión de su “estilo de vida”: urbano, desenfadado, mediterráneo con salpicaduras californianas. Camisetas estampadas, gafas de sol, sudaderas con nombres de playas donde probablemente nunca paró. Era la versión textil de una personalidad mediática: la que en lugar de hablarte, se te imprime en el pecho.
Y durante un tiempo, funcionó. Pero el logo pesó más que la ropa.
Del podio al paddock de las pérdidas
El arranque fue prometedor. En 2018 facturó 1,2 millones. Pero a partir de ahí, el grip se perdió. La moda, a diferencia de la Fórmula 1, no perdona vueltas sin rendimiento. La pandemia remató lo que ya venía perdiendo tracción: en 2020, la empresa acumulaba 3 millones de euros en deuda y perdía 650.000 euros al año.
Alonso, siempre pragmático, salió del cockpit financiero en 2021. Vendió el 75 % de la marca a Revolution Brands, una firma estadounidense con promesas de reimpulsar el proyecto. Él se quedó con el 25 % y el rol de embajador. Pero el nuevo piloto también se salió de pista: Revolution Brands se disolvió en 2024, y la caída arrastró a Kimoa, a su estructura jurídica (Quimoalar S.L.) y al sueño.

¿Un pit stop o el banderazo final?
La situación actual es clara: la marca está en concurso de acreedores. Hasta el 23 de mayo, los acreedores con al menos un 5 % de deuda pueden solicitar un administrador concursal. Si no lo hacen, podría producirse una exoneración del pasivo insatisfecho. Lo cual, dicho en lenguaje llano, significa que Alonso podría salir sin mayores daños si no firmó nada personalmente.
Mientras tanto, Kimoa seguía vendiendo online casi hasta el final. Con rebajas. Con cápsulas con Aston Martin. Con dignidad forzada, como quien sabe que el semáforo está en ámbar… y prefiere cerrar antes de que parpadee en rojo.
No basta con ser ídolo para ser marca
Kimoa no fracasó por ser mala. Fracasó por ser poco clara. Era una marca que no terminaba de saber si quería ser moda o souvenir. Si vestía a los fans o a los seguidores de tendencias. Su mayor activo era el apellido que la sostenía, pero ese combustible no es eterno. Ni escalable.
Alonso es y será uno de los mejores pilotos de la historia. Pero fuera del paddock, el riesgo es otro: nadie te mide en décimas, sino en decisiones. Y ahí, la velocidad no basta.