Carlos Sainz volvió a ser protagonista en el Gran Premio de Emilia-Romaña, pero no por una hazaña en pista, sino por su dura crítica hacia el equipo tras una estrategia que, según él, arruinó sus opciones de terminar en el top 5
El Gran Premio de Emilia-Romaña tenía todos los ingredientes de una redención, cielo azul, buena clasificación, y un Carlos Sainz en forma, dispuesto a rasgar el guion previsible de la temporada. Sexto en la parrilla y con un monoplaza que por fin parecía un aliado, el piloto madrileño no pedía milagros, solo una carrera limpia. Pero en Ferrari, últimamente, la estrategia no es una ciencia, sino una ruleta rusa. La parada prematura antes del ‘safety car’, fue como saltar al agua justo antes de que pasara la barca, demasiado pronto y en la dirección equivocada.
Cuando cruzó la meta en octava posición, Sainz no estalló, pero tampoco disimuló. Su rostro decía lo que las palabras sólo insinuaban, decepción con un punto de hastío. “Estaba para top 5, pero la parada me hundió”, dijo, cortante, como quien ha aprendido que en la Fórmula 1 no basta con correr bien, también hay que rezar por no ser víctima de la pizarra. Ironías del deporte, el piloto mejora, el coche responde, y sin embargo, la decisión que lo define todo se toma desde un box que parece sordo a la evidencia.

Obediencia estratégica y frustración acumulada
Sainz es un piloto de equipo. Lo repite, lo demuestra, y hasta lo sufre. Cuando dijo ante DAZN “Estuve a punto de no entrar, pero sigo órdenes”, dejó caer una frase que pesa más que cualquier telemetría. La antítesis es brutal, mientras él da todo por Ferrari, Ferrari parece no saber cuándo darle el beneficio de la duda. Y así, carrera tras carrera, se dibuja una silueta trágica, un piloto que quiere atacar, pero al que obligan a defender; un gladiador con la espada afilada, sentado en el banquillo.
Durante unas vueltas, antes de esa fatídica parada, Sainz volaba. Tenía ritmo, tenía intención. Y sin embargo, lo que debería haber sido un podio en potencia acabó siendo una remontada modesta, forzada por una decisión que ni él comparte. “Siempre hay algo que se tuerce los domingos”, sentenció. La frase tiene aroma de mantra resignado. Pero en el fondo, es una bomba, una llamada urgente a revisar patrones, a dejar de convertir promesas en espejismos.
Un Mundial que premia la regularidad y castiga los errores
Mientras Sainz lidia con la frustración, el Mundial sigue su curso, Piastri mantiene el liderato con 146 puntos, aunque Norris le respira en la nuca, a solo trece. Verstappen, siempre acechante, ganó en Imola y se acerca peligrosamente. En la lucha silenciosa de números y estrategias, la diferencia no la marcan los destellos de talento, sino la constancia milimétrica. Y ahí, Ferrari vuelve a tropezar con la misma piedra que lleva coleccionando desde hace años.
En el Mundial de Constructores, McLaren se consolida con una frialdad quirúrgica. Mercedes, sin brillar, aún se mantiene. Red Bull se rearma. Y Ferrari persiste en su danza bipolar, capaz de lo sublime y lo absurdo en la misma curva. Sainz, por su parte, sigue remando contracorriente, con la dignidad de quien no pide privilegios, sino sentido común. Pero en la Fórmula 1 moderna, a veces, eso parece lo más difícil de conseguir.