Aunque el Circuit de Barcelona-Catalunya se prepara para acoger su 35ª edición, el futuro del evento más allá de 2026 sigue sin definirse
Hay algo profundamente irónico en que un Gran Premio, sinónimo de velocidad, se vea amenazado por la lentitud de las negociaciones. Mientras los monoplazas se preparan para tronar sobre el asfalto del Circuit de Barcelona-Catalunya del 30 de mayo al 1 de junio, la F1 duda si volverá a pisar suelo catalán en 2027. Y es que el contrato vigente caduca en 2026, y más allá de los discursos diplomáticos, nadie se atreve a prometer una vuelta más. En el paddock, ese territorio donde los rumores viajan más rápido que un DRS abierto, el silencio de Liberty Media retumba como una alarma.
Barcelona se enfrenta a una antítesis cruel, ser cuna histórica del automovilismo y, a la vez, candidata a desaparecer del mapa de la F1. Su trazado, con curvas amadas por ingenieros y odiadas por estrategas, ha sido durante décadas campo de batalla de leyendas, pero ahora su continuidad depende más del espectáculo que de la historia. La nostalgia no genera ingresos; los podios pasados no llenan contratos futuros. Así, Montmeló se ve obligado a reinventarse o desaparecer.

Historia con ruedas: Cataluña se defiende
Pau Relat y Miquel Samper no han acudido a la prensa con promesas vacías, sino con una súplica envuelta en cifras, recuerdos y orgullo. “Este año es clave”, dijo Relat con la convicción de quien no habla solo de carreras, sino de identidad territorial. El presidente del Circuit recordó que Cataluña no solo tiene un circuito, tiene una tradición, una hinchada y una forma de entender la velocidad como arte. Pero el arte, en estos tiempos, compite contra el negocio y en esa carrera no siempre gana el más bello.
En 2025, el nombre oficial del Gran Premio pasará a ser el de Madrid, y ese simple cambio encierra una metáfora de época, el poder cambia de manos, como los neumáticos en boxes. Madrid sube al podio institucional mientras Barcelona, a pesar de su legado, lucha por no quedarse en el garaje de la historia. Una ciudad acostumbrada a proyectarse al mundo ahora se aferra al presente para no desaparecer del futuro. No es una simple carrera, es una disputa por seguir siendo.
Más allá del podio: una ciudad al volante
Barcelona ha comprendido que la Fórmula 1 no puede quedar atrapada en la jaula de las élites. Por eso el Fan Village en el Moll de la Fusta, las exhibiciones abiertas, los conciertos y las simulaciones, convertir el rugido del motor en una fiesta democrática. Entre simuladores y bocados gourmet, la ciudad intenta que la F1 no sea solo un deporte de millonarios, sino una experiencia compartida. Un circuito urbano de emociones que transforme la pasión en política cultural.
El Palau Robert, con su exposición sobre Montjuïc, nos recuerda algo esencial, las carreras no solo se ganan en pista, sino también en el corazón de los ciudadanos. Jordi Valls lo resumió sin rodeos, el GP no es solo un espectáculo, es un espejo donde Barcelona refleja su innovación, su músculo económico y su ambición global. Pero si este año falla, la F1 podría llevarse ese espejo y dejar a Montmeló con el eco vacío de un rugido que fue.