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Ducati reactiva a Bagnaia en Aragón con un cambio clave en su moto

Tras varios fines de semana en descenso, el equipo italiano dio con la tecla justa para reactivar al campeón, implementando un cambio técnico que devolvió la confianza perdida

Cuando las carreras se vuelven penitencias y el talento empieza a parecer un rumor lejano, hace falta algo más que gasolina y neumáticos para encender de nuevo la máquina. En MotorLand, Ducati encontró esa chispa en un disco de 355 mm, una pieza modesta, casi un gesto, que sin embargo transformó el andar de Pecco Bagnaia. Venía de deambular por los circuitos como un príncipe destronado, acosado por dudas y con la moral al borde del abismo. Pero bastó ese ajuste quirúrgico milimétrico, casi invisible para que su pilotaje volviera a tener filo.

No fue una revolución, fue una decisión desesperada disfrazada de estrategia técnica. Davide Tardozzi, veterano del box y maestro del equilibrio emocional, supo cuándo actuar, no en medio del caos, sino justo antes de que todo se viniera abajo. “Era confianza, no velocidad, lo que le faltaba”, dijo. Y vaya si la recuperó. Del anonimato del puesto 12 en la sprint al brillo contenido de un tercer lugar en la carrera principal, Bagnaia volvió a sentirse piloto. Y Ducati, por primera vez en semanas, volvió a sentirse equipo.

Pecco Bagnaia
La tensión era palpable, y el temor de perderle definitivamente en la pelea por el campeonato crecía con cada carrera.

El podio como catarsis: entre derrotas y redenciones

Mientras los focos se rendían ante los hermanos Márquez, el verdadero estallido emocional ocurrió a unos metros del podio central, en el box de Ducati. Allí no se celebró una victoria, sino una resurrección. Porque cuando Pecco cruzó tercero, no solo sumó puntos, espantó fantasmas, desterró miedos y, sobre todo, recordó que aún puede pelear. El contraste era elocuente, mientras Marc seguía firmando capítulos de hegemonía con tinta indeleble, Ducati festejaba como quien sobrevive a un naufragio. No era un podio, era un salvavidas.

Eso sí, Tardozzi fue el primero en pinchar el globo de euforia, “No lancemos las campanas al vuelo”, advirtió, como quien sabe que los milagros del domingo pueden deshacerse el lunes. Sin embargo, esa cautela no logró ocultar un dato clave, el lenguaje corporal de Bagnaia había cambiado. Ya no era el piloto abrumado por su propio silencio, sino uno que volvía a dialogar con su moto. El podio no fue la meta; fue la conversación interrumpida que, por fin, volvía a retomarse.

El lunes de los valientes: test, ajustes y una fe renovada

Este lunes, los motores no descansan. Ducati permanecerá en MotorLand con una consigna clara, confirmar si lo vivido fue una ráfaga o el inicio de una tormenta. Nuevas piezas, aerodinámica renovada y, sobre todo, un Pecco dispuesto a reconciliarse con las sensaciones. “Tengo que aprender de quien no cambia nada”, dijo con una media sonrisa, aludiendo sin nombrarlo al hierático Marc. Como si la estabilidad ajena fuera ahora su mayor anhelo. Porque en este deporte, la confianza pesa más que los caballos de fuerza.

Sí, la distancia en el campeonato es brutal 93 puntos parecen una muralla china, pero las emociones, esas variables imponderables que Ducati acaba de redescubrir, no se cuentan en números. Se sienten. Se respiran en el garaje. Y hoy, entre aceite, carbono y sudor, hay algo distinto en el aire, una mezcla de alivio, determinación y ese viejo sabor a revancha. Bagnaia vuelve a estar en marcha. Y eso, en un deporte donde la caída siempre acecha, es tan valioso como el oro.

Pedro Acosta