Nishikori se cae, Zeppieri entra… y Roland Garros ya escribe su primer giro inesperado
Hay debuts que se esperan como una ópera: con solemnidad, tensión y un oponente de peso en el otro lado de la red. Carlos Alcaraz, vigente campeón y rostro fresco del tenis mundial, tenía todo preparado para abrir su defensa en Roland Garros ante Kei Nishikori, un nombre cargado de historia y melancolía. Pero París, fiel a su tradición de giros dramáticos, ha reescrito la escena.
Nishikori: un regreso que se queda en tentativa
Kei Nishikori iba a ser un debut incómodo. No por el ranking —el japonés se pasea por el puesto 62 como quien recorre un lugar que ya no le pertenece—, sino por el nombre, por la experiencia y por ese aura de “podría haber sido” que tanto incomoda a las nuevas estrellas. El duelo con Alcaraz no era solo un partido: era una página cruzada de generaciones, un veterano con oficio frente a un joven con hambre.
Pero Nishikori, que ha tenido más partes médicas que partidos en los últimos años, volvió a ceder ante su viejo rival: el cuerpo. Y no habrá estreno japonés en el Bois de Boulogne.
Zeppieri: de la sombra a la Philippe Chatrier
En su lugar, entra Giulio Zeppieri. No es una promesa, no es un peligro oculto, no es un fantasma del circuito. Es un jugador italiano de 23 años y ranking 306 que ha cruzado la previa como quien escala una colina modesta antes de enfrentarse al Everest.
Ganó sus tres partidos clasificatorios sin ceder un set. Incluso despidió a Agustín Gómez, verdugo del español Martín Landaluce. Pero aunque los números digan que llega en forma, el cambio de rival es, seamos honestos, un abismo competitivo. Pasar de Nishikori a Zeppieri es como cambiar una final de Champions por un amistoso de pretemporada… si el amistoso se juega en un teatro con 15.000 ojos y un campeón enfrente.
Alcaraz: el duelo que no fue y la duda que no desaparece
Carlos Alcaraz ya había aceptado su reto: abrir contra un Nishikori en forma irregular, sí, pero con sabiduría táctica, golpes bajos (en todos los sentidos) y algo que no puede entrenarse: el oficio. Ahora, el murciano deberá ajustar su foco ante un rival mucho menos ilustre, pero precisamente por eso más peligroso: los partidos fáciles, cuando uno es favorito indiscutido, suelen ser los más complicados de gestionar. Y Zeppieri, sin nada que perder, puede jugar con el descaro del que ya ha ganado simplemente por estar ahí.

Camino abierto… y algo más revuelto
El sorteo ya ha revelado otros cruces para los que salieron de la previa. Albert Ramos, en su último Roland Garros, se medirá a Casper Ruud. Dos amantes de la arcilla, pero de distintas épocas: uno se despide, el otro aspira. Pablo Llamas, joven español, protagonizará una extraña paradoja patriótica al medirse a Alejandro Davidovich. Será, como suele decirse, un partido que no necesita traductor.
Mientras tanto, Marin Cilic —ex campeón de Grand Slam y ahora ‘lucky loser’— entra por la puerta trasera y se medirá a Flavio Cobolli. El sudafricano Lloyd Harris, que lo derrotó en la previa, tendrá que enfrentarse a Rublev, un tipo que juega cada partido como si tuviera una deuda con el tiempo.
París siempre se guarda un as
Lo de Nishikori no es solo un cambio de rival. Es una advertencia suave de lo que viene. Porque Roland Garros nunca se juega solo con raquetas: también con contextos, imprevistos y pulsos psicológicos. Y este primer movimiento del cuadro ha sido una lección: no hay guion fijo cuando se pisa la tierra roja de París. Solo una certeza: hasta los rivales más invisibles pueden dejar huella. Sobre todo si el campeón se confía.