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Alcaraz asombra incluso a Ferrero: “Lo que ha hecho es increíble”

Carlos Alcaraz volvió a escribir historia en Roland Garros con una victoria que no solo lo consagra como campeón, sino que demuestra su madurez competitiva

Juan Carlos Ferrero, exnúmero uno del mundo y guía silencioso del meteoro murciano, se encontró, por primera vez en mucho tiempo, superado por su propio pupilo. En la Philippe-Chatrier, entre la arcilla que ha visto caer imperios y nacer leyendas, Carlos Alcaraz no solo ganó un partido; escribió una de esas historias que se cuentan en voz baja, como si hablar muy fuerte pudiera romper el hechizo. “Lo que ha hecho es increíble”, dijo Ferrero, y no era una frase hecha, era la confesión de un entrenador que se quedó sin libreto ante un guion que se reescribía con cada punto.

El duelo con Jannik Sinner comenzó como esas tormentas que no avisan, dos sets abajo, estrategia estancada, un rival blindado por la previsión suiza y la eficiencia mecánica. Pero ahí, en medio del desconcierto, Alcaraz se transformó. No en otro jugador, sino en su versión más feroz, un joven que dejó de escuchar al banco para empezar a oír al estadio. Ferrero lo dijo sin rodeos, “Conectó con el público, creyó en sí mismo y eso lo cambió todo”. Como quien en medio del naufragio aprende a remar con las manos desnudas.

Alcaraz
Juan Carlos Ferrero no pudo contener la emoción tras la hazaña de Carlos Alcaraz en la Philippe-Chatrier.

El carácter como victoria silenciosa

Ferrero ha visto mucho. Ha ganado Roland Garros, ha sentido el vértigo del número uno, ha entrenado a promesas que nunca despegaron. Y, sin embargo, lo de Alcaraz le desarmó. “Siempre ha sido un competidor feroz, pero lo de hoy ha sido distinto”, confesó. Porque hay derrotas que enseñan, sí, pero hay victorias que conmueven al que las observa. Estar contra las cuerdas, en un escenario que te exige perfección y aún así resistir, tiene algo de gesta homérica y mucho de carácter forjado a fuego lento.

Más allá del trofeo, lo que Ferrero valoró fue lo intangible, esa fibra invisible que solo se tensa cuando todo parece perdido. “Este tipo de partidos enseñan mucho más que cualquier victoria cómoda”, dijo. No hablaba solo de tenis, claro. Hablaba de madurar, de caerse y levantarse sin drama, de esa resiliencia que no se entrena con ejercicios, sino con cicatrices. Alcaraz, en Roland Garros, no solo ganó, se graduó como hombre de temple en el arte sutil de sobrevivir a sí mismo.

Derrotas dignas, victorias eternas

El respeto de Ferrero por Jannik Sinner no fue un gesto diplomático, sino una lección de deportividad sin aspavientos. “Es difícil asimilarlo cuando lo tienes tan cerca”, admitió, como quien reconoce que en este juego no siempre gana el mejor, sino el que aguanta más. El partido fue una cuerda floja entre dos titanes adolescentes, y el italiano, aunque vencido, dejó una advertencia, volverá. Porque en el tenis, como en la vida, el talento sin resiliencia es solo promesa sin eco.

La última reflexión del técnico murciano fue tan serena como reveladora. “Esa confianza no se entrena, se forja en partidos como este”. Una frase que, si se mira bien, suena a epitafio para la duda y a bienvenida para la leyenda. Alcaraz ha dado un paso más hacia esa cima que no admite mapas. Y Ferrero, que lo acompaña desde la sombra, ya no lo guía, ahora lo observa, con la emoción tranquila de quien sabe que el alumno ha comenzado a escribir su propia historia, y que ya nadie podrá dictarla por él.