La tenista Victoria Azarenka ha reavivado el debate al cuestionar públicamente la falta de equidad en la aplicación de las normas, denunciando diferencias notables en los procedimientos según el jugador implicado
Jannik Sinner volvió a empuñar la raqueta en Roma, y con ella también regresaron las preguntas que nadie quiso responder. Tras cumplir tres meses de sanción por dopaje, su aparición en el circuito no fue exactamente una ovación. Fue más bien un murmullo incómodo, ese que se escucha cuando el teatro se queda a oscuras y nadie sabe si debe aplaudir o levantarse y salir.
La sustancia en cuestión, clostebol, tiene nombre de medicamento para resfriados pero efectos que le estropean el sueño a más de un purista. Sinner no negó el positivo; tampoco dramatizó. Aceptó la sanción, cumplió su tiempo en la sombra y volvió justo a tiempo para los focos. Curiosamente o no tanto, la suspensión coincidió con una etapa sin Grand Slams. Un timing quirúrgico que, en lugar de provocar sospechas, casi parece diseñado por un director de marketing con alma de prestidigitador. ¿Casualidad? ¿Ventaja logística? ¿Privilegio de casta? Ahí empieza el verdadero partido.

Azarenka exige equidad y transparencia para todos los jugadores
Porque mientras Sinner corría de línea de fondo en la tierra batida romana, la bielorrusa Victoria Azarenka lanzaba una pelota mucho más difícil de devolver, una denuncia pública contra el sistema. No contra Sinner, al que no le dirigió un reproche personal, sino contra ese entramado de reglas flexibles como el chicle y transparentes como el barro donde, según sus palabras, “no todos los jugadores son tratados igual”.
Azarenka, que conoce el tenis de élite como se conocen las grietas de una casa vieja, levantó la voz desde el comité de la Asociación Internacional de Integridad del Tenis. Su mensaje fue claro, si el antidopaje es una religión, el dogma debería aplicarse con la misma severidad para santos y pecadores. Pero aquí, al parecer, algunos pueden confesarse en privado, cumplir penitencia en silencio, y volver al templo como si nada hubiese pasado. La paradoja es brutal, un sistema que pretende garantizar la limpieza del deporte opera con mecanismos que huelen a opacidad.
Un mensaje por el futuro del tenis y la igualdad real
Y sin embargo, Azarenka no se quedó en la queja. Su discurso, lejos de ser solo una descarga emocional, apuntó también hacia el futuro. Reivindicó un tenis femenino fuerte, visible, sin necesidad de maquillajes ni estrategias de distracción. “Este deporte me ha dado mucho”, dijo, como quien recuerda una antigua deuda con el juego. Pero lo que quiere ahora no es gratitud, sino justicia. No recuerdos, sino garantías.
Mientras tanto, Sinner sigue sumando minutos, puntos, miradas. Juega, gana, pierde, como si el episodio hubiera sido solo una pesadilla de entretiempo. Pero hay algo que no se borra tan fácilmente, la sensación de que el verdadero dopaje no es químico, sino sistémico. Que lo que afecta a la credibilidad del tenis no es solo una sustancia prohibida, sino una estructura que decide, caprichosa, cuándo ser estricta y cuándo mirar hacia otro lado. En el fondo, el regreso de Sinner no cierra ningún capítulo. Al contrario, lo deja abierto, incómodo, palpitante.