Loïs Boisson ha irrumpido en Roland Garros como una ráfaga inesperada. Con solo 20 años y ubicada en el puesto 361 del ránking WTA, la tenista francesa ha conquistado al público parisino tras avanzar a semifinales
En un torneo donde las predicciones suelen escribirse con raqueta de oro y apellido ilustre, apareció Loïs Boisson, número 361 del mundo, para recordarnos que el tenis, como la vida, no siempre respeta los guiones. Invitada por la organización con una ‘wildcard’ que sonaba a caridad protocolar, la joven francesa convirtió el gesto en una revuelta. En cuartos de final, borró de la pista a Mirra Andreeva, sexta del ranking y promesa rusa con pretensiones de imperio. Boisson se impuso 7-6(6) y 6-3, con la calma salvaje de quien no tiene nada que perder y todo por sentir.
Al finalizar el partido, se desplomó en la arcilla como si el suelo pudiera explicarle lo que su mente aún no entendía. Lloró, habló de su equipo, del dolor, de lo indescriptible. En ese instante, más que tenista fue símbolo, de lo improbable, de lo humano. Como una flor que crece entre grietas, su relato está hecho de golpes mal dados, noches de duda y una confianza prestada. Una niña de 20 años que ahora lleva a la historia del tenis francés de la mano, sin preguntar si estaba lista.

Récords que no entienden de lógica, ni de ranking
Boisson no solo se coló entre las cuatro mejores del torneo; lo hizo destruyendo estadísticas y jerarquías como si fueran bolas de partido. Desde 1983 no se veía una semifinalista con un ránking tan bajo en Roland Garros. En cuestión de días, ha pasado de la invisibilidad a garantizar su ascenso al puesto 65 del mundo. Si sigue soñando despierta, podría rozar el top 20. Una velocidad de vértigo para una jugadora que hace dos semanas tenía más seguidores en su barrio que en Instagram.
Y sin embargo, no fue magia. Ni fácil. Ni lineal. Su camino incluye la victoria frente a Jessica Pegula, la número tres del mundo, y ahora Andreeva. “No podía golpear bien la bola, estaba tensa, luché muchísimo”, admitió tras el partido. Frases que en otras bocas suenan a excusa, pero en la suya revelan crudeza. Loïs no compite como favorita, lo hace como sobreviviente. Cada set ganado es una batalla contra la impostora que aún susurra en su oído que quizás no debería estar allí.
Semifinales, legado y una nación conteniendo el aliento
Ahora enfrentará a Coco Gauff, finalista de 2022, que busca redención. Pero mientras Gauff carga con el peso de las expectativas, Boisson solo lleva una ilusión. Juega sin mochila, pero con la energía telúrica de una afición que ha encontrado en ella no solo una promesa, sino un espejo. En su primer Grand Slam, ya se ha unido al Olimpo de las debutantes históricas, junto a Monica Seles y Jennifer Capriati. Dos nombres que cambiaron el tenis. ¿Y si esta fuera la tercera?
Lo que era una anécdota se ha convertido en epopeya. En una semana, Boisson ha pasado de ser un comodín administrativo a fenómeno nacional. Si pierde, será leyenda. Si gana, revolución. Pero quizá lo más importante ya lo ha conseguido, devolverle al deporte ese temblor antiguo, esa sensación de que todo es posible. Como el primer amor, o una tormenta de verano. Breve, inesperado, pero capaz de cambiarlo todo.