En el vertiginoso mundo del tenis, donde cada set perdido parece una crisis existencial, Stefanos Tsitsipas ha hallado un refugio insólito: el amor. Lejos de las estadísticas y los titulares, su relación con Paula Badosa se ha convertido en su victoria más íntima
En un circuito donde los puntos valen más que las palabras y los títulos pesan más que las emociones, Stefanos Tsitsipas ha decidido romper la jerarquía del deporte con una confesión atípica. Lo que verdaderamente le da estabilidad no es su revés a una mano ni su posición en el ranking, sino su relación con Paula Badosa. Una declaración así, en un mundo donde los sentimientos suelen guardarse en la bolsa del raquetero, suena a herejía o, quizás, a valentía. Y es que en plena caída libre del top-10, mientras las estadísticas se desploman como sets mal jugados, Stefanos encontró algo que no se mide en puntos ATP: serenidad.
Porque, mientras él se aferra a una temporada irregular con el temple de quien ha perdido más veces contra sí mismo que contra sus rivales, Badosa ha vuelto con la furia de una ola mediterránea al top-10. Podría parecer que ella resurge mientras él se hunde. Pero no, lo suyo no es una metáfora de hundimiento, sino de reencuentro. “He encontrado un equilibrio interior”, dice Tsitsipas, como quien ha dejado de buscar medallas para empezar a buscarse a sí mismo. Quizás por primera vez, el griego juega a ganar sin mirar el marcador.

Amor a primera derecha cruzada
La historia de amor entre Tsitsipas y Badosa comenzó con la solemnidad absurda de una promesa hecha en silencio, si ganaba aquel partido en Roma, le escribiría. Un pacto con tintes de superstición romántica, como si Cupido también estuviera en el palco de los torneos Masters 1000. Y ganó, claro. Porque cuando el deseo se disfraza de destino, hasta la lógica de los sets se rinde. Lo demás, dicen, es historia. O, mejor dicho, una serie de momentos que parecen sacados de un guion de comedia romántica escrita en superficie rápida.
Su primera cita fue en el Four Seasons George V, un escenario más propio de diplomáticos que de deportistas exhaustos. Pero ahí estaban, dos almas nómadas intentando detener el tiempo entre risas y miradas. “Nos entendimos sin palabras”, recuerda Stefanos. Curioso, dos profesionales de un deporte donde hablar está prohibido en mitad del punto, encontrando el lenguaje más íntimo en medio del ruido del circuito. Una sincronía que parece más afinación que casualidad.
Amor de gira: entre vuelos y videollamadas
Mantener una relación en medio del caos itinerante del tenis profesional es, como mínimo, un ejercicio de equilibrio zen con mochila. Sin embargo, Tsitsipas y Badosa han convertido el aeropuerto en punto de encuentro y el vestuario en confesionario emocional. “Coordinamos nuestras agendas lo mejor posible”, dice él, como si se tratara de una junta de planificación amorosa más que de una relación al uso. En vez de flores, se regalan tiempo. En vez de promesas eternas, se ofrecen presencia en presente.
Y cuando la distancia amenaza con volverse grieta, recurren al único antídoto realmente infalible, hablar. Tsitsipas lo resume con una madurez casi desconcertante. “Nunca dejamos que el silencio se interponga”. Quizá por eso su amor sobrevive donde muchos se extravían, porque no necesita de grandes gestos, sino de constancia. Al preguntarle por el matrimonio, responde sin rodeos ni poesía de postal. “Será cuando lo sintamos, no cuando el calendario lo dicte”. Una frase que, en este mundo de apariencias y timings, suena a revolución silenciosa.