Su regreso a las pistas se materializa en Estrasburgo, donde buscará recuperar sensaciones perdidas y medir el verdadero estado de su espalda antes de afrontar el desafío de Roland Garros
Después de semanas de silencio en la pista y ruido en la espalda, Paula Badosa vuelve, pero no con estruendo, sino con cálculo quirúrgico. No es Roland Garros, aún no. Antes, una escala francesa en Estrasburgo, como quien se prueba los zapatos antes de cruzar un campo minado. En lugar de lanzarse al torbellino de Madrid o Roma, la catalana opta por un torneo de menor voltaje, pero igual relevancia, el WTA 500 como pista de ensayo para su cuerpo ese traicionero socio de dobles y para su mente, que también necesita readaptarse al vértigo del circuito.
Su debut será ante Marie Bouzkova en segunda ronda, gracias a su condición de tercera cabeza de serie. Y aunque no ha pisado tierra batida en toda la temporada, su apuesta no es desesperada, sino estratégica. Como un ajedrecista que sacrifica una torre para salvar la reina, Badosa busca ritmo sin precipitarse, puntos sin comprometer su salud, minutos sin hipotecar París. Es un movimiento de madurez deportiva, ese atributo que muchos confunden con resignación, cuando en realidad es solo otra forma de ambición.

Ranking en equilibrio: entre la cima y el precipicio
Mientras Badosa mide sus pasos con prudencia de equilibrista, su posición en el ranking vive una danza más caótica. Su ausencia de los grandes torneos le ha costado bajar del noveno al décimo puesto, un descenso leve pero simbólico: en la élite, hasta caer un peldaño puede sentirse como una caída libre. El circuito no espera a nadie y las cifras son implacables. Aryna Sabalenka lidera con firmeza imperial, mientras que Coco Gauff y Jessica Pegula trepan como si tuvieran alas en los pies. Paolini, beneficiada por el tropiezo de Iga Swiatek en Roma, escala hasta el cuarto lugar, desplazando a la campeona defensora a un desconcertante quinto puesto.
Así, el top-10 se convierte en un escenario de alta rotación, una especie de ruleta rusa donde los nombres cambian con una frecuencia que recuerda más a la bolsa de valores que a un podio deportivo. En este contexto, mantenerse no es menos heroico que ascender. Badosa, al filo del abismo, sabe que un paso en falso puede dejarla fuera de la conversación. Y sin embargo, elige la cautela. Porque en un deporte que a veces premia la impaciencia, ella apuesta por el largo plazo.
Viejas glorias, nuevas fauces: el circuito en erupción
Mientras Badosa afina su regreso con pulso de relojero, el circuito femenino se transforma ante nuestros ojos. Mirra Andreeva irrumpe en la sexta posición como si llevara años esperando este momento, desplazando a figuras consolidadas como Madison Keys. Más abajo, los extremos se tocan, Hailey Baptiste protagoniza el ascenso más llamativo de la semana 20 puestos hacia arriba, mientras que Victoria Azarenka, antigua emperatriz de la WTA, cae 19 escalones y se instala en el puesto 73. El relevo generacional ya no es un susurro; es un grito en mitad del set.
Este movimiento perpetuo recuerda a un océano agitado, hay mareas que suben sin aviso y barcos que, sin esperarlo, naufragan. En ese vaivén, Badosa representa una figura peculiar, ni promesa adolescente ni leyenda retirada, sino una navegante intermedia, alguien que todavía cree que puede trazar su ruta a París sin dejarse arrastrar por la corriente. ¿Será suficiente su delicado equilibrio entre ambición y prudencia para desafiar a un circuito en plena erupción? Roland Garros tendrá la última palabra, pero Estrasburgo es ya un primer verso con aroma a poema de redención.