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Sinner aprende de la mente de Alcaraz

Jannik Sinner ya no solo juega bien: ahora piensa mejor. En Roland Garros, su mente se ha convertido en su mejor golpe. Y en esa evolución silenciosa, empieza a mirar de tú a tú a Carlos Alcaraz

En medio del estruendo de Roland Garros, donde los partidos se juegan tanto con la raqueta como con las entrañas, Jannik Sinner ha optado por el silencio interior. Mientras otros gritan, gesticulan o implosionan, él parece moverse como un monje zen en plena batalla. Su victoria ante Rublev no fue solo una clase magistral de tenis, fue una declaración de principios, ganar también es saber respirar. La mente, ese territorio tan traicionero como la arcilla húmeda, ya no le juega malas pasadas.

“Estoy más libre mentalmente”, dijo Sinner con la sencillez de quien acaba de descubrir un superpoder. En realidad, ha aprendido a bailar sobre el alambre sin mirar abajo, y eso en un deporte donde el pánico es más contagioso que el talento lo cambia todo. Volver tras tres meses fuera y avanzar sin titubeos hasta los cuartos habla no solo de piernas recuperadas, sino de una cabeza que ya no se boicotea. A veces, la mayor evolución técnica consiste en dejar de pelear con uno mismo.

Sinner
Su rendimiento en arcilla ha alcanzado niveles que antes se le resistían

La batalla por el trono: Sinner y Alcaraz en espejo

El dominio de Sinner sobre la tierra batida ya no es una promesa, sino una evidencia. Desliza los pies con la fluidez de quien ha hecho las paces con la superficie más volátil del tenis, esa que premia la paciencia y castiga la prisa. Su tenis, ahora sin trabas, se despliega como un río que ha dejado de temerle a sus propias curvas. En un Roland Garros plagado de giros inesperados, él representa lo más cercano a una certeza.

Carlos Alcaraz, quien hasta hace poco era el joven mesías de la tierra roja, ahora mira de reojo al italiano. ¿Ironía? Quizá. El alumno del desparpajo empieza a ser superado por el discípulo de la serenidad. Sinner no solo se siente mejor que el año pasado; lo parece. Y esa confianza tranquila, casi antitética al fervor competitivo de Alcaraz, le ha dado una ventaja inquietante. Porque a veces el favorito no es quien levanta más puños, sino quien menos se los aprieta por dentro.

El examen Bublik: caos contra control

Y entonces aparece Alexander Bublik, el invitado que nunca se ajusta al guion. Si Sinner es constancia, Bublik es caos calculado, como si un violinista decidiera tocar jazz con una motosierra. Nadie sabe muy bien qué esperar de él, lo cual ya es una estrategia. Ha eliminado a rivales duros sin despeinarse o despeinándose adrede y llega a los cuartos como una amenaza que no necesita disfraz.

Sinner, con esa frialdad de termómetro clínico, lo reconoce, Bublik tiene “feeling con la bola”, pero él tiene otra cosa temple. El duelo será una metáfora viva, el orden contra la anarquía, la calma contra la chispa, el pensamiento largo contra la genialidad instantánea. Si Sinner supera este reto, no solo estará más cerca del título, estará más cerca de convertirse en ese raro espécimen, un campeón que gana sin perder la cabeza.

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