El gran apagón del 5 de mayo no nació en una metrópolis, sino en Huéneja, un rincón granadino de apenas mil almas. Allí, una subestación energética falló y desató el caos. Lo que parecía local, resultó nacional
En un país donde solemos buscar culpables en despachos lejanos y pasillos ministeriales, resulta irónico que el epicentro de un apagón nacional esté en Huéneja, un diminuto municipio granadino que no supera los mil habitantes y donde la calma es ley no escrita. Allí, entre campos que conocen más del viento que de titulares, opera desde hace más de una década una subestación de 400 kV, concebida para canalizar energía renovable. Pero el pasado 5 de mayo, ese engranaje verde se oxidó en el momento menos esperado.
Según los datos de Red Eléctrica, fue precisamente esta subestación la que primero titubeó, una súbita caída de generación, como un pianista que olvida la nota justo antes del clímax, desencadenó el colapso. El corte afectó a varios puntos del país en segundos, gracias a esa propiedad casi poética y también letal de los sistemas interconectados: cuando uno cae, el resto no duda en seguirlo. Granada, sin pretenderlo, encendía el interruptor del caos.

Sobretensiones y silencios eléctricos
La desconexión fue causada por una sobretensión, como si la red eléctrica hubiera respirado demasiado hondo y, en un acto reflejo, se hubiese desmayado. Los sistemas de protección, diseñados para preservar la integridad de la instalación, hicieron su trabajo con fría eficiencia: aislaron la subestación y, con ella, los 668 MW generados entre eólica, termosolar y fotovoltaica. El sol brillaba, el viento soplaba, pero la energía no llegaba a ninguna parte.
Este punto estratégico, que en días normales nutre al sistema como una arteria vigorosa, se convirtió en una isla energética sin puentes. Desde Red Eléctrica insisten en que el fallo no se originó en la red de transporte. Pero la paradoja persiste, un fallo local desató un impacto nacional. Es la diferencia entre una grieta en la presa y el pueblo que se ahoga kilómetros río abajo.
Una ampliación con aroma a sospecha
El dato que más cejas ha levantado y no precisamente por el viento solar es que apenas siete días después del apagón, el Gobierno autorizó la ampliación de la subestación. Tres nuevas posiciones, más músculo para conectar con ADIF y abastecer el eje ferroviario Granada Almería. Todo según el plan, dicen, todo aprobado con antelación. Pero en un país donde la coincidencia rara vez se considera inocente, el calendario juega en contra de la versión oficial.
La ampliación entra dentro del Plan de Desarrollo 2021-2026, cierto. Pero su proximidad temporal al fallo ha encendido más de una alarma. ¿Se refuerza lo que falló o se intenta corregir un error sin asumirlo? La respuesta, como ocurre tantas veces en cuestiones de energía, se encuentra entre líneas, donde las tensiones no son sólo eléctricas, sino también políticas, técnicas y, en último término, profundamente humanas.